Extracto del libro "Tras el rastro animal" del filósofo y rastreador Baptiste Morizot - Enero 2021
La filosofía del Morizot aúna mente y cuerpo. Es un "pensamiento corporal" que nos traslada a una animalidad reprimida por siglos de Razón.
"El arte de vivir animal
La paciencia del leopardo no es una virtud moral de elevación por encima del animal arcaico y primitivo que pensamos agazapado en nuestro fuero interior, no es un bozal puesto por la Razón a nuestra pasiones supuestamente bestiales. Practicar esa paciencia supone "activar los poderes de otro cuerpo! según escribía Eduardo Viveiros de Castro para definir la metamorfosis. Ello constituye una metamorfosis en el sentido animista, pero enriquecida por una comprensión ecoevolutiva de las potencias animales que llevamos en nosotros.
Es que la paciencia entendida como gobierno de nuestros impulsos y de nuestro discurso interior, concebía en toda la filosofía, del zen al estoicismo, como suelo de la sabiduría que investiga, probablemente se encuentra -en cierto sentido- en grados mayores en el lince al acecho, el oso pescador, el leopardo al rececho, que en nosotros. Porque poseen más espontáneamente que la mayoría de nosotros una libertad ante pensamientos parásitos (lo cual es también su impotencia). Nosotros tenemos que adquirirla. Cada vez que hay que estar allí plenamente a los humanos nos asedia ese discurso interior que nos aleja de la plena consciencia. Los dispositivos contemporáneos de captura de atención nos hacen incapaces de fijar nuestra concentración sobre un presente, sobre un deseo que seguimos, incapaces de ir con el ritmo de las cosas.
Solo al pensador occidental se le ocurre que la sabiduría consista en alejarse del animal en él, en alzarse sobre sus ruinas, el sabio zen, me parece, sabe acercarse a su gato, a las potencias de su propia sabiduría. (Pienso también en el pinzón que canta a la mañana en la pajarera de la terraza, y se burla de que yo ya esté pensando en mañana, en el año que viene).
Acaso haya una etología por hacer de las sabidurías animales. La sabiduría del leopardo, por ejemplo, se extiende más allá de su ardiente paciencia. La soberanía tranquila del felino solitario, su capacidad de inhibir el pensamiento asociativo alienante, de disfrutar de los menores dones del mundo viviente alrededor, hacen de él un maestro en sabiduría doméstica que inspira probablemente a los más sabios, inventando un aspecto de la vida que los humanos, primates sociales entregado a los juegos de poder y de influencia, no supieron inventar por su cuenta. Por razones evolutivas, el felino solitario inventó una forma de vida etológica que es una soberanía sin súbditos, O cómo ser un rey sin tener poder sobre nadie, esa es la paradoja, sin poseer a nadie, y por lo tanto sin ser poseído por nadie. Al mirar cómo se mueve el leopardo por las cimas, o nuestro gato por la sala, queda claro que encontraron un ethos de majestad que rara vez alcanzaron los reyes de la tierra. Su independencia es el privilegio etológico de los reyes sin reino, inderrocables porque no tienen nada que perder, imposibles de someter a nuestro poder porque no tienen poder sobre nadie. El felino solitario es imperial sin otro imperio que él mismo. Hay muy poco de apatía en su etograma, porque tiene poco o nada de necesidades vitales que no pueda satisfacer solo; y, por eso, su afecto es algo así como un don voluntario, no la expresión de una dependencia. Nietzsche tiene esa fórmula que, como ideal político, es enigmática: "no hay dominio sino entre amos". Se hace evidente al vivir con felinos.
Mil otras formas de vida tienen sabidurías extrañas, muchas veces involuntarias y sin lenguaje, que podemos aprender,
Y sin embargo somos los herederos de una cultura que en sus líneas principales pensó la sabiduría como la elevación por encima del animal, en nosotros y fuera de nosotros. Por eso fue necesario desfigurar al animal real, hacer de él una superficie de contraste sobre la que proyectar todos los vicios humanos (será feroz, bestial, incapaz de gobernar sus pulsiones violentas o sexuales, poco previsor...).
Otras herencias son más lúcidas. Algunas sabidurías antiguas (la de los cínicos y los escépticos) se esfuerzan en encontrar una quietud animal anterior al lenguaje; el nombre mismo de los cínicos se hace menos enigmático a la luz de esa idea. El chamán americano Davi Kopenawa tiene esa misma sabiduría extraña: valora sus plumas de guacamayo porque le confieren el poder animal de la elocuencia para ir a hablar con los jefes blancos en traje de tres piezas que destruyen el bosque.
Lo que podemos aprender de la soberanía sin súbditos del felino solitario, de la dispersión curiosa del cuervo, de ese degustador incansable que es el zorro, de la concentración sin pensamientos parásitos del oso, son artes de vivir animales que escondidos en nuestro interior, nos alimentaron siempre con su potencia, artes que no hicimos sino modificar u olvidar.
Es una lógica de la diferencia sin orgullo de ser únicos. Entre los vivientes no hay diferencia de naturaleza o de grado sino una diferencia de problemas a resolver y de historia evolutiva. Es una lógica del parentesco en al que se comparten las potencias; la vida afuera y adentro es fascinante, y, por cierto los otros animales no saben resolver ecuaciones diferenciales, pero francamente ¿qué importa?."
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