Fuente: Le Monde, 25 de septiembre de 2020
El filósofo considera que retomar hoy el cliché de un "camino único" hacia el progreso, como hace Emmanuel Macron, es negarse a aprender las lecciones de la crisis climática y ver las ruinas que deja.
Tribuna. ¿El tren del progreso tiene interruptores? Aparentemente, para nuestro presidente, es una sola pista. Si no vas hacia adelante, sólo puedes "ir hacia atrás", lo que significa "retroceder", y, como dijo recientemente, como iluminar con "la lámpara de aceite" [estaba reaccionando al llamado a una moratoria en el despliegue del 5G por parte de 70 políticos de izquierda y ambientalistas]. Hay algo desesperado en este argumento, en un momento en el que el mundo se está quemando porque el "tren del progreso" nos ha llevado al desastre.
¿Hasta cuándo las decisiones tomadas por unos pocos cientos de personas en lugar de los millones de personas directamente afectadas se harán pasar por un movimiento irresistible? El presidente haría bien en averiguar un poco sobre el "modelo Amish" que ha considerado oportuno ridiculizar, porque al menos tiene la ventaja de hacer que la comunidad se involucre para discutir si se debe añadir o no esta o aquella innovación. Pero la lectura del libro Agir dans un monde incertain (Actuar en un mundo incierto), de Michel Callon, Pierre Lascoumes y Yannick Barthe (Seuil, 2001), le habría mostrado que una de las reglas para sobrevivir -y no sólo para progresar- es aprovechar al máximo las innovaciones y discutirlas cuidadosamente. Así es como se juzga la calidad de una civilización.
Es aún más extraordinario ver resucitado este viejo cliché de antes de la crisis de Covid-19, cuando, desde hace seis meses, todos los franceses se preguntan por el contrario si no podrían bajar del tren irreversible del progreso. En el mismo momento en que cada uno de ellos comienza a comprender que cada medicina, cada alimento, cada traje, cada medio de transporte es objeto de una intensa controversia y ofrece un margen de maniobra que permitirá "revertir" eficazmente lo que parecía inevitable. Si el confinamiento ha tenido un efecto, ha sido el de desconectarnos completamente de esta idea de una única vía de progreso. Progreso, sí, pero en todas las direcciones a la vez. No en uno sola.
Sospecha general
Lo más sorprendente es que este cliché sobre el enfoque de la vía única demuestra lo mal que el Presidente y su pueblo han entendido la crisis climática, mientras pretenden lidiar con ella día y noche. Contrariamente a lo que se nos hace creer, la ecología no sólo se refiere a la agricultura, los bosques y las especies en peligro de extinción, sino que es exactamente igual de relevante cuando se habla de ciudades, industrias, circuitos comerciales y las innovaciones más vanguardistas.
No se trata de un área en particular que deba sopesarse con el desarrollo económico, corriendo el riesgo de que esta cesta de "cosas verdes" nunca pese mucho. La ecología es la sospecha general que alcanza a todas las decisiones pretendidamente irreversibles para permitir que la gente retroceda ante sus consecuencias perjudiciales. Poder volver atrás es, por lo tanto, esencial para beneficiarse de la experiencia y cambiar de trayectoria. ¿Cómo se puede hacer esto si ir hacia adelante es inmediatemente entendido como una regresión insoportable? ¿Deberíamos dejar de querer aprender? ¿Deberíamos cegarnos voluntariamente?
En este pánico por el riesgo de regresión hay una verdadera dimensión psicosocial que debemos tratar de identificar. Es como si los defensores de este cliché progresista sólo vieran el vacío detrás de ellos. Y es cierto que han hecho el vacío imitando a los conquistadores que quemaron sus naves detrás de ellos para que no se vieran tentados a volver. Valientes, incluso heroicos, pero estúpidos cuando se privan de la capacidad de cambiar de rumbo en caso de fracaso evidente. Si se ven obligados a adoptar este cliché de regresión inevitable cada vez que se les desafía, es porque han decidido ignorar las consecuencias de sus acciones.
Cliché infalible
Así que el vacío no está en aquellos a los que acusan de "volver a la vela", sino que está en ellos: cuando miran atrás, no ven más que ruinas, con quizás, una caja destrozada dejada en la orilla, velas y una lámpara de aceite! Pero aquellos que piensan que se marchitan y paralizan no están tan indefensos como creen. Están iluminados por todas las luces posibles, especialmente las de la historia de la tecnología, por todas las promesas de innovación, por todos los "monstruos prometedores" que a los investigadores e ingenieros les gustan y hacen proliferar, al menos cuando no se ven obligados a subir al tren del progreso "a riesgo de quedarse en la plataforma".
Todavía podemos entender que este interminable cliché pudiera haber sido utilizado antes de la crisis climática, durante el siglo XX, para dar coraje a aquellos que, sin embargo, estaban avanzando, pero ¿cómo podemos repetirlo en septiembre del año más caluroso jamás registrado, cuando justamente todo indica que deberemos aprender a revertir una multitud de decisiones juzgadas en su momento como "irreversibles", así como "rentables"? Sobre todo, ¿cómo puede repetirse esto cuando todos los enemigos geopolíticos de Europa utilizan este mismo argumento para limitar el abanico de posibilidades a unas pocas opciones supuestamente "decisivas" e "irreversibles" que les permitan dominar por un efecto de trinquete que haga imposible revertirlas? Los que hoy pueden vibrar al grito de "¡Adelante o muerte! "no son ciertamente personas recomendables.
Al continuar como si el tren del progreso tuviera una sola vía, esta gente terminará haciéndonos vivir de verdad en sótanos iluminados por la luz de las velas - y es entonces cuando nos arrepentiremos tanto del "modelo Amish" como el de la "lámpara de aceite".
Bruno Latour es un filósofo y antropólogo científico. Escribió "Les Microbes. Guerra y Paz", seguido de "Irreducciones" (Métailié, 1984) y "Où atterrir ? Comment s'orienter en politique" (La Découverte, 2017).