Por Mattias Desmet - 28 de febrero de 2024
Mattias Desmet es profesor de psicología en la Universidad de Gante y autor de The Psychology of Totalitarianism.
En algún momento del siglo XVII, la humanidad se embarcó en un valiente proyecto. Hasta entonces, se había basado en relatos míticos y religiosos para organizar la sociedad. Ahora dejaría atrás estas ilusiones. La ciencia se basó en el mundo tal y como aparece ante nuestros ojos. Describía objetivamente los fenómenos y describía racionalmente las relaciones entre ellos. Se esperaba que este enfoque de la vida fuera un camino real hacia la Verdad y liberara definitivamente a la humanidad de las peligrosas ilusiones de la religión. La era de la Ilustración y la Razón estaba a punto de comenzar.
Unos siglos más tarde, esta expectativa resultó ser una ilusión en sí misma. La tradición de la Ilustración desembocó en cualquier cosa menos en un reino de la Razón y la Verdad. Nunca antes las élites confiaron tanto en un tipo de discurso manipulador llamado "propaganda". Y nunca antes, la gente siguió tan ciegamente incluso las narrativas más absurdas distribuidas a través de los medios de comunicación de masas. Kant creía que la tradición de la Ilustración produciría un nuevo ciudadano que podría pensar por sí mismo, pero hasta ahora, resulta lo contrario: produjo el ciudadano ideal del Estado totalitario, que Hannah Arendt definió como un ciudadano que no puede distinguir entre realidad y ficción.
Tras los totalitarismos comunista y fascista del siglo XX, asistimos actualmente a la emergencia de un totalitarismo tecnocrático y transhumanista. Se manifiesta de la forma típica en que lo hace el totalitarismo: como un pacto diabólico entre la élite y las masas.
La élite se sitúa en el nivel de las instituciones globales. El programa ideológico de estas instituciones -tal y como se articula, por ejemplo, en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU- se impone al espacio público a través de un impresionante aparato de propaganda. Por poner sólo un ejemplo: la ONU contrató en 2020 a no menos de ciento diez mil (¡!) de los llamados "primeros respondedores digitales" para luchar contra la "desinformación" en Internet.
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La visión racionalista sobre el hombre y el mundo también tuvo algunos efectos psicológicos inesperados a nivel de la población: centrarse en comprender racionalmente la apariencia externa de los fenómenos alejó a las personas de la experiencia interior y de la dimensión ética de la vida y desconectó al ser humano de sus semejantes y de la naturaleza que le rodea.
Estas dos evoluciones, la aparición de una élite que utiliza la propaganda y una población solitaria y desconectada, se reforzaron mutuamente. El estado de soledad es exactamente el estado en el que una población es especialmente vulnerable a la propaganda. De este modo, a lo largo de los dos últimos siglos surgió un nuevo tipo de masas o multitudes: las llamadas masas solitarias. Este proceso de formación de masas hace a la gente radicalmente incapaz de tomar una distancia crítica de las narrativas difundidas a través de los medios de comunicación, la hace radicalmente dispuesta al autosacrificio y la hace radicalmente intolerante a las voces disonantes (piénsese en las agresivas censuras de voces disonantes durante la pandemia y a lo largo de las elecciones estadounidenses de 2020).
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A medida que la sociedad cae presa de la propaganda, se hace cada vez más evidente la necesidad urgente de lo que los antiguos griegos llamaban Parrhesia o habla sincera. Desde un punto de vista psicológico, se puede argumentar con toda claridad que el Discurso Sincero inhibe tanto la formación de masas (y por tanto también los sistemas totalitarios que siempre se basan en la formación de masas) como la causa raíz de la formación de masas, que es la desconexión y la soledad.
Este es el punto que planteo: es hora de una revolución metafísica, una revolución que, esencialmente, a nivel psicológico, se reduce a esto: el cambio de una sociedad gobernada por masas solitarias en las garras de la propaganda a una sociedad guiada por un grupo unido a través del habla sincera.
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