Descola y Morizot: Es hora de dar un giro y diseƱar el mundo para la vida
- Homo consciens
- 4 jul 2024
- 13 Min. de lectura
Fuente: Le Monde - Entrevista realizada por Nicolas Truong - Por el 09 de junio de 2023
La crisis climÔtica inaugura una nueva era que los conceptos de la Ilustración se esfuerzan por comprender, en un momento en que es necesario reconstruir la sociedad con la Tierra, afirman el antropólogo Philippe Descola y el filósofo Baptiste Morizot en una entrevista concedida a Le Monde. Un diÔlogo entre dos exploradores comprometidos.
Profesor emĆ©rito del CollĆØge de France, Philippe Descola es un antropólogo que ha inspirado a toda una generación de investigadores a pensar "mĆ”s allĆ” de la naturaleza y la cultura". Baptiste Morizot es profesor en la Universidad de Aix-Marsella y filósofo que explora nuestras "formas de estar vivos". Ambos son intelectuales de campo: Philippe Descola, en el Amazonas, entre los Achuar, una tribu jĆvara, para ; sobre la pista animal, pero tambiĆ©n en granjas reintroducidas o en la agrosilvicultura, para Baptiste Morizot.
Ambos colaboran en la obra colectiva On ne dissout pas un soulĆØvement. Quarante voix pour Les SoulĆØvements de la Terre (Seuil), son conscientes de que hemos entrado en una nueva era y de que hay que "bifurcarse" para mantener la habitabilidad del planeta. Philippe Descola, que recientemente dedicó un seminario en la Universidad de California en Berkeley al desarrollo de una nueva "cosmopolĆtica", y Baptiste Morizot, que acaba de publicar L'InexplorĆ© (Wildproject, 432 pĆ”ginas, 26 euros), entablan un diĆ”logo filosófico sobre cuestiones ecológicas.
P: ¿En qué nuevo mundo estamos entrando como consecuencia de la crisis ecológica? ¿Y hasta qué punto estÔ trastornando nuestras viejas formas de pensar?
Philippe Descola: El nuevo rĆ©gimen climĆ”tico y la destrucción acelerada de los medios de vida han obligado a muchos de nosotros a dejar atrĆ”s el archipiĆ©lago de certezas en el que retozĆ”bamos desde la Ilustración, poniendo en tela de juicio el edificio intelectual e institucional que nos legó la Ilustración. Ciertamente sabemos lo que va mal a grandes rasgos, cómo nuestros instrumentos de medida y nuestras herramientas de conexión ya no nos permiten dar cuenta de nuestra realidad colectiva. Hemos dejado atrĆ”s el gran relato evolutivo que conducĆa a la humanidad hacia una mejora constante, aunque desigual de un lugar a otro, gracias al progreso en el dominio de los recursos, conscientes como somos de que las soluciones tĆ©cnicas no salvarĆ”n a la Tierra del deterioro cada vez mĆ”s perceptible de sus condiciones de habitabilidad. TambiĆ©n somos cada vez mĆ”s conscientes de hasta quĆ© punto la posición prepotente de la humanidad dominante -europea, colonial, capitalista- en relación con los seres no humanos ha conducido al mundo al callejón sin salida en el que nos encontramos. La prudencia y la modestia nos obligan a decir que somos conscientes de una convulsión, pero nos cuesta definirla y, sobre todo, somos incapaces de saber a ciencia cierta adónde nos conducirĆ”.
Baptiste Morizot: ĀæCómo pensar una Ć©poca convulsa sin cerrarla en su sentido y sus posibilidades? ĀæSin sobredeterminarla en tĆ©rminos de "colapso", "apocalipsis" o "decadencia"? ĀæSin atribuirle una identidad, a pesar de que sigue desarrollĆ”ndose con todas sus incertidumbres? Mi hipótesis es que Ć©ste es uno de los significados que puede darse al concepto antropológico de "tiempo mĆtico". Originalmente, describĆa un tiempo en el que las relaciones con otros seres, entornos vivos, animales y plantas se habĆan vuelto inestables, en el que tenĆamos que nombrar y construir con ellos relaciones capaces de hacer el mundo habitable para todos. Me interesa hacer una interpretación filosófica de esto para ayudarnos a pensar en nuestra situación actual. En mi opinión, nos permite comprender un fenómeno compartido por todas las sociedades humanas de la historia: la aparición de grandes trastornos ecológicos, que marcan el comienzo de una nueva era tras periodos de estabilidad.
Dada la naturaleza inestable del mundo actual, trastocado por varios siglos de modernidad industrial y capitalista, y la emergente conciencia colectiva de la necesidad de repensar nuestras relaciones con el mundo vivo, porque han sido desestabilizadas por el extractivismo, exploro la inteligibilidad potencial de la idea de "tiempo mĆtico" para comprender nuestros tiempos revueltos. En esta fase crĆtica, la Ilustración ya no es un fuego prometeico de progreso. Son quizĆ”s mĆ”s humildemente como luces de seƱalización para indicar una pista de aterrizaje de emergencia para una civilización que pensó que podĆa vivir fuera de la tierra y que ahora debe aterrizar de forma finalmente terrestre.
Ph. Descola: ĀæPodemos llamar "tiempo mĆtico" a este periodo de inestabilidad que atravesamos, cuyas dimensiones filosóficas explora incisivamente Baptiste Morizot? No estoy seguro de que el tĆ©rmino sea el mĆ”s apropiado, porque en antropologĆa se refiere a algo diferente. Porque el tiempo del mito, en la Amazonia y en los grupos animistas al menos, se refiere a la aparición de la discontinuidad mĆ”s que a una redistribución de las cartas. Es la Ć©poca en que las plantas y los animales, personas humanoides con interioridad y artes de la cultura como los humanos, adquirieron los cuerpos que hoy conocemos; pasaron de una cultura compartida por todos los seres vivos a la era de las discontinuidades fĆsicas. Los mitos relatan las circunstancias de este movimiento de especiación y justifican asĆ las razones por las que plantas y animales siguen siendo personas, pero con cuerpos diferentes. Yo prefiero hablar de "recomposición" para describir el momento que estamos viviendo: los viejos conjuntos estĆ”n mostrando sus lĆmites y los nuevos conjuntos sólo existen en potencia.
P: ĀæPor quĆ© las palabras que describen nuestra condición moderna, como "sociedad", "naturaleza", "cultura" e incluso "polĆtica", ya no son adecuadas para describir nuestra nueva condición terrenal?
B. Morizot. : Le daré un ejemplo. Uno de los grandes problemas contemporÔneos, porque implica la viabilidad de nuestro futuro, es la cuestión de nuestras relaciones con los seres vivos no humanos de la biosfera. Sin embargo, nuestros conceptos para reflexionar sobre este problema son trÔgicamente inadecuados e inapropiados. Para tener un ejemplo de que no estamos muy avanzados en la materia, basta señalar que la esencia de las propuestas contemporÔneas sobre la transformación de nuestra relación con el mundo vivo que nos hizo, que nos cobija, en su pluralidad y sus mil interdependencias con las sociedades y las vidas humanas, reside hoy en la fórmula "Proteger mejor la biodiversidad".
Si bien este concepto es interesante cuando se aplica en los contextos pertinentes, en cambio, cuando "biodiversidad" se convierte en el nombre hegemónico del mundo vivo, bloquea las posibilidades de pensamiento y acción necesarias para el futuro, porque enmascara lo que realmente son los seres vivos y lo que somos en ellos. La biodiversidad es, de hecho, un instrumento para contar especies, y acabamos confundiendo este instrumento de medida con lo que se estĆ” midiendo: la vida en la Tierra. Lo que la "biodiversidad" capta y restaura de los seres vivos son sobre todo listas de elementos: listas de especies, de ecosistemas, de funciones, es decir, cosas intrĆnsecamente pasivas, para las que la Ćŗnica relación espontĆ”nea es la de "protección del patrimonio". Esto transforma a los seres vivos en una lista de entidades apĆ”ticas y frĆ”giles a la espera de nuestra gestión todopoderosa. Una lista no actĆŗa, no hace mundo, no hace habitable la Tierra. Es algo que sólo podemos proteger y contar.
Pero el mundo vivo no es eso: no lo hemos creado nosotros, nos ha creado Ć©l. Nos mantiene vivos en todo momento. Es un entorno dador que, en el largo curso de la evolución, ha creado nuestros cuerpos, nuestras mentes y todas las finas conexiones con otras especies que nos permiten a todos brillar un dĆa mĆ”s. Para cambiar nuestro proyecto social, necesitamos pensar en el mundo vivo como lo que realmente es: algo activo, organizado, constitutivo, nunca en suspenso, siempre tejiendo la habitabilidad de este mundo dentro de nosotros y mĆ”s allĆ” de nosotros.
Ph. Descola: Hemos heredado de la filosofĆa de la Ilustración los conceptos mediante los cuales Europa se ha aprehendido reflexivamente a sĆ misma en su trayectoria temporal -sociedad, naturaleza, cultura, polĆtica, historia, arte, economĆa, etc.- asumiendo su universalidad. Primero las ciencias sociales, luego el lenguaje ordinario, se han apoderado de Ć©l para designar el mobiliario del mundo, presuponiendo que este mobiliario es compartido por todos los seres humanos. Sin embargo, la antropologĆa y la historia han demostrado que no es asĆ, y que la división de la realidad creada por el pensamiento moderno violenta la forma en que otras civilizaciones, algunas de ellas contemporĆ”neas, componen sus mundos. La responsabilidad de las ciencias sociales, por tanto, es dar mejores nombres a las personas y a sus relaciones para dar cabida a esta diversidad, y tambiĆ©n prepararnos y prepararnos para vivir en un mundo, el Antropoceno, en el que la distinción ontológica e institucional entre naturaleza y sociedad ya no tiene mucho sentido.
Tenemos que ser capaces de dar cabida en nuestro vocabulario conceptual a otras formas de hacer mundo. Por eso, por ejemplo, abogo por sustituir "sociedad" por "colectivo", ya que este Ćŗltimo tĆ©rmino no prejuzga lo que estĆ” reunido -humanos, no humanos, una combinación de ambos-, mientras que el primero reduce la asamblea Ćŗnicamente a los humanos. Del mismo modo, habrĆa que revisar la terminologĆa cosmopolĆtica, purgĆ”ndola de su antropocentrismo -herencia de Kant- para imaginar formas de relación y soberanĆa que otorguen a los agentes no humanos el lugar que les corresponde.
P: ĀæEn quĆ© sentido podemos sostener, como escribe usted, Baptiste Morizot, que "los vivos han abandonado la naturaleza para entrar en polĆtica"?
B. Morizot : Hemos heredado una forma de ver el mundo que establece una distinción entre, por un lado, el mundo humano y polĆtico y, por otro, la naturaleza, vista como un conjunto inerte de recursos materiales. Pero nuestra habitabilidad estĆ” hecha de mĆŗltiples interdependencias. Sin la fotosĆntesis de la vida oceĆ”nica, no hay oxĆgeno respirable para la vida en tierra. Es la vida la que lleva cuatro mil millones de aƱos modelando el mundo para la vida. El trabajo de los insectos polinizadores que nos dan todas nuestras frutas y verduras, la acción de los bosques que filtran el agua, la acción de las plantas en simbiosis con los hongos que capturan el carbono no son simplemente un conjunto de condiciones materiales y pasivas. Son relaciones activas, alianzas objetivas forjadas entre seres, modus vivendi.
En consecuencia, el mundo vivo ya no entra en el Ć”mbito de la antigua "naturaleza", sino en el de lo que solĆamos llamar "polĆtica". AsĆ que tenemos que encontrar otras formas de relacionarnos con Ć©l. El problema es que el concepto de "polĆtica" ha sido construido por la modernidad para excluir por definición a todas las entidades no humanas, y las formas que despliega -ciudadanĆa, votación, impugnación, igualdad de derechos- estĆ”n diseƱadas para que sólo los humanos puedan participar legĆtimamente en ellas. Por tanto, conceder la ciudadanĆa a los perros es un ideal absurdo. Desde el siglo XVII, nuestros modos de relación polĆtica se han estabilizado en torno a un modelo muy restringido, en el que prima el uso del discurso argumentativo y racional. En este modelo no caben rĆos, polinizadores, lobos ni bosques. No se trata de "democracia con bacterias". Ese es otro problema en que estoy trabajando. Tenemos que encontrar otra cosa. Es lo que yo llamo "ALTERPOLITICA".
P: ĀæQuĆ© es la alterpolĆtica?
B. Morizot: Este concepto se refiere a toda la gama de relaciones posibles entre nosotros y otros seres vivos, cuya riqueza polimorfa ha sido empobrecida, oscurecida y prohibida por la modernidad dualista. Ćsta ha compartimentado todas las relaciones posibles en este mundo en dos categorĆas limitadas y binarias: la naturaleza, con sus relaciones de fuerza y depredación, y la "polĆtica", restringida al contractualismo y la ciudadanĆa. No es sólo que necesitemos repensar nuestras relaciones concretas con lo vivo, es que necesitamos repensar su propia naturaleza, reabrir el espacio potencial, oscurecido por la modernidad, donde pueden desplegarse.
Ph. Descola: En primer lugar, se puede decir que, para muchos pueblos, los vivos nunca han estado "en la naturaleza" -ya que la naturaleza no existe para ellos- y que siempre han estado "en la polĆtica". Es el caso, por ejemplo, de los amerindios de la región de Cuzco [PerĆŗ], por no citar mĆ”s que un ejemplo reciente: protestan contra un proyecto de mina a cielo abierto alegando que la excavación destruirĆa una montaƱa considerada como un miembro de su colectivo hacia el que los humanos tienen un deber de solidaridad. O los miembros de la comunidad Sarayaku, en la Amazonia ecuatoriana, que reclaman el reconocimiento internacional de las relaciones materiales y espirituales entre humanos y no humanos (incluidos los espĆritus) en su territorio.
AdemĆ”s, no son sólo los seres vivos lo que los naturalistas hemos clasificado como naturaleza: tambiĆ©n hay entornos vivos, espacios en los que la vida se produce a travĆ©s de interacciones complejas. Y son estas mismas interacciones las que son polĆticas, si entendemos la polĆtica no como la gestión de las relaciones de poder y la deliberación sobre el bien comĆŗn, como es tradicional, sino como el registro de las relaciones entre mundos, que conectan o separan los operadores necesarios para la vida de tal o cual conjunto de humanos y no humanos, ante todo cuando sus condiciones de existencia se inscriben aparentemente en regĆmenes ontológicos diferentes: transformaciones quĆmicas, sistemas tĆ©cnicos, simbiosis y comensalidades, redes de intercambio de recursos, etcĆ©tera. No es una cuestión sencilla, porque por un lado tenemos que reconocer la alteridad radical de los seres no humanos, sus modos especĆficos de existencia y sus propios intereses, al tiempo que reconocemos que compartimos un destino comĆŗn como habitantes del mismo planeta.
P: ĀæQuĆ© podrĆa ser una cosmopolĆtica o una alterpolĆtica terrestre?
B. Morizot: Le darĆ© un ejemplo. Los polinizadores, ya sean pĆ”jaros, insectos o animales, tienen el poder ecológico de polinizar todas las plantas con flores, para poner la energĆa solar a disposición, en forma de frutos, de otras especies que dependen de la fotosĆntesis, incluidos los humanos. Se trata de una facultad evolutiva insustituible, negociada en la larga historia de la coevolución con las plantas. Ninguna tecnologĆa puede sustituirla. Sin ella, la vida humana y animal en la Tierra serĆa imposible. Pero es frĆ”gil, es histórica, y nos beneficiamos de ella en la agricultura, no como un don natural mecĆ”nico, inagotable y eterno, sino como una preciosa y precaria contribución de la vida no humana a la vida humana.
En consecuencia, y debido a la vulnerabilidad mutua que esto conlleva en nuestra relación con los polinizadores, la dimensión polĆtica de su capacidad para polinizar pasa a primer plano. Y la relación entre colectivos humanos y polinizadores que es la agricultura, lejos de ser la extracción de materia biológica pasiva producida sólo por humanos, revela su verdadera naturaleza: es una frĆ”gil alianza con otros seres vivos, que requiere artes diplomĆ”ticas y formas de reciprocidad para mantenerse, para prosperar.
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Estas alianzas alterpolĆticas no tienen nada que ver con la polĆtica moderna: no se trata de dar a las abejas la ciudadanĆa o el derecho de voto, sino de comprender y defender su papel en la construcción colectiva del mundo comĆŗn. Hoy en dĆa, no podemos concebir una sociedad sin agricultura que se tome en serio el hecho de que los polinizadores, al igual que la fauna del suelo y, mĆ”s ampliamente, la rica y compleja biodiversidad que da a cada ecosistema su vitalidad y su resistencia, desempeƱan un papel central e insustituible para que el mundo sea habitable para todos, humanos y no humanos. EstĆ”n atrapados con nosotros en alianzas vitales en las que ya no podemos pensar por falta de conceptos.
Las formas de agroecologĆa cuyas prĆ”cticas de cultivo favorecen el desarrollo de los polinizadores silvestres -como experimenta la asociación RĆ©ensauvager la ferme en la DrĆ“me, frente a los monocultivos extractivistas a base de insumos fitosanitarios que los destruyen- ya estĆ”n reinventando estas alianzas: El reto es darles un nombre, una visibilidad y una tracción polĆtica colectiva, para que por fin podamos construir una sociedad con las formas de vida que mantienen en pie este mundo.
Ph. Descola: Me parece que una autĆ©ntica COSMOPOLĆTICA podrĆa empezar por tejer solidaridades entre agentes humanos y no humanos sometidos a un mismo rĆ©gimen de dominación. El caso de los motivos y las consecuencias de la deforestación de la Amazonia es ejemplar a este respecto. En primer lugar, esta selva es en gran medida antropogĆ©nica, lo que significa que su composición florĆstica es producto de mĆ©todos de cultivo y tĆ©cnicas agroforestales desarrollados por los amerindios a lo largo de miles de aƱos. Su destrucción por la agroindustria para sustituirla por cultivos de soja es, por tanto, un crimen contra las poblaciones indĆgenas, la humanidad y los entornos vitales.
Sin embargo, la cadena criminal puede descomponerse aĆŗn mĆ”s: vincula como vĆctimas a los amerindios de Brasil desposeĆdos de sus tierras en favor del cultivo intensivo de la soja, con la que se alimenta a los cerdos europeos criados en condiciones vergonzosas, con los entornos vitales destruidos tanto por este monocultivo como por la ganaderĆa industrial. Podemos hablar de "geoclases" para estas solidaridades embrionarias o aĆŗn por construir entre humanos y no humanos que unen en redes a los empleados de granjas porcinas y mataderos, a los amerindios desposeĆdos, a los trabajadores agrĆcolas de la agroindustria brasileƱa, a los cerdos y las turberas de BretaƱa, a los ecosistemas amazónicos destruidos por la roturación de tierras, a las especies afectadas por el uso masivo de herbicidas, etc.
La apertura cosmopolĆtica tambiĆ©n puede lograrse mediante cambios en los derechos de propiedad, como el que confiere personalidad jurĆdica a los entornos vivos, generalmente cuencas hidrogrĆ”ficas como el rĆo Whanganui en Nueva Zelanda, el [rĆo] Urraca en Quebec o el [rĆo] Atrato en Colombia. Al personificar el derecho a existir de un ecosistema, estamos invirtiendo potencialmente la antigua dirección de la apropiación: ya no de los seres humanos a los recursos fĆsicos localizados, sino de un territorio que se ha vuelto autónomo a sus habitantes humanos y no humanos. Los seres humanos ya no son sujetos polĆticos porque sean amos y poseedores de un entorno vivo, sino porque, como poseedores del espacio que los alberga, estĆ”n en condiciones de mantener con Ć©l una relación de equidad.
P: "Encontrar un lugar vivo que amar personalmente y defender colectivamente": ĀæpodrĆa ser la frase de Baptiste Morizot la mĆ”xima de esta ecologĆa que moviliza tanto los afectos como los conceptos?
B. Morizot: Me gustarĆa aclarar un malentendido: no se trata de un llamamiento a irse a "vivir al campo". Es un intento de volver a empezar desde abajo, desde lo local, para construir sobre lo que merece la pena defenderse a nuestro alrededor. Lo interesante de esta idea de reterritorializar nuestro apego al mundo es que nos saca de la superficie y nos lleva a los lugares reales donde estĆ”n en juego los problemas globales. Es ahĆ donde estos atractores estĆ”n reconfigurando el campo de la atención colectiva, instĆ”ndonos a tomarnos en serio, en un mismo movimiento por ejemplo, la suerte de los polinizadores y las condiciones de trabajo de los agricultores afectados por su declive.
La originalidad de estos atractores terrestres es que nos movilizan como humanos en nuestra condición de seres vivos entre los vivos. Y reformulan los "pros" y los "contras" de la acción. Compartir el agua entre humanos, y con otros seres vivos, contra su monopolización por la agroindustria. Dejar que la tierra, tanto agrĆcola como salvaje, respire y prospere, frente a su escandaloso hormigonado. Frente al desbarajuste ecológico y nuestro legado de destrucción, es hora de dar un giro y contribuir a que la vida pueda modelar el mundo para la vida. ĀæPodemos seguir haciĆ©ndolo?
PH. Descola: Baptiste Morizot tiene razón al subrayar el poder de los atractores localizados como impulsores de la acción polĆtica y fermentadores de coaliciones transespecĆficas. Un cambio en nuestra sensibilidad hacia los seres vivos no basta para provocar una conmoción cosmopolĆtica. TambiĆ©n requiere estructuras institucionales -territorios alternativos, movilizaciones contra el acaparamiento de tierras y aguas, luchas contra los proyectos ecocidas- en las que basar un proyecto local para hacer mundo. No se trata de la reivindicación de una "patria chica" en una tradición chovinista y reaccionaria, sino de la traducción en un hogar claramente localizado y conocido de un programa para relocalizar nuestro apego a los seres vivos y agudizar nuestra atención a la alegrĆa y la plenitud que aportan.
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