Fuente: Nature Climate Change- Baird Langenbrunner - 5 de agosto 2021
El primer semestre de 2021 ha sido testigo de la sequía en la mayoría de los continentes. Las regiones con mayor cobertura son el oeste de Estados Unidos y Canadá, pero la sequía regional ha aparecido en otros lugares (véase el mapa de la humedad superficial del suelo en junio de 2021, con los valores más bajos en rojo más oscuro).
Crédito: Datos por cortesía de https://nasagrace.unl.edu/globaldata/current/
Más al sur, México y Brasil están sufriendo una de las peores crisis hídricas en casi un siglo. En el caso de México, esto se debe al aumento del consumo de agua durante 2020, debido a un mayor uso de agua residencial durante la COVID-19 y al aumento de la producción agrícola. Brasil ha experimentado lluvias por debajo de la media durante la última década, lo que ha provocado el agotamiento del agua en toda la cuenca del río Paraná, que sirve a cinco estados y alberga presas hidroeléctricas (Nota de Climaterra: la cuenca del Paraná comprende además a Paraguay y Argentina que han visto la bajante más grande en 50 años afectando la navegación del río). El impacto de la energía hidroeléctrica ha inflado las facturas de electricidad y conlleva una amenaza de racionamiento de energía, que se complica políticamente con las elecciones presidenciales en el horizonte.
"La sequía se ha vuelto más frecuente e intensa en todo Brasil en los últimos años", afirma Ana Paula Cunha, del Centro Nacional de Monitoreo y Alerta Temprana de Desastres Naturales (CEMADEN) en São Paulo, Brasil, y añade que estos extremos forman parte de una nueva normalidad. "Los impactos varían regionalmente debido a las desigualdades socioeconómicas del país. En el noreste semiárido, la sequía afecta principalmente a las familias de pequeños agricultores que dependen de la agricultura de subsistencia. En el centro y el sur de Brasil, afecta a la agricultura a gran escala y a la generación de energía". Las tendencias regionales de calentamiento agravan estos impactos, explica Cunha, ya que la reducción del agua de lluvia provoca un aumento de la demanda por evaporación y reduce la afluencia de los embalses.
La sequía también amenaza la seguridad alimentaria en Asia Central y Madagascar. En las regiones áridas de Asia Central, las poblaciones están acostumbradas a los bajos niveles de las aguas subterráneas y de los ríos, pero las precipitaciones inferiores a la media y el aumento de las temperaturas de los últimos años han agravado este déficit. La pérdida de cosechas y la muerte generalizada de ganado ya están en marcha, y se espera que el número de víctimas empeore en los próximos meses. Esto se siente especialmente en países como Uzbekistán y Kazajstán, que dependen de los ríos Amu Darya y Syr Darya, que nacen aguas arriba en las montañas de Tayikistán y Kirguistán. El cambio climático adelanta la temporada de deshielo en las regiones montañosas y las escasas precipitaciones intensifican estos problemas; los vecinos de aguas abajo están ahora en desventaja y están surgiendo acuerdos quid pro quo que intercambian agua por maquinaria y combustible.
En el sur de Madagascar, las escasas precipitaciones de las dos últimas temporadas de siembra han provocado el fracaso de las cosechas consecutivas, ya que los agricultores que utilizan métodos de siembra tradicionales han perdido las semillas. Esto no es raro en la región. "El sur de Madagascar se ha visto afectado por graves sequías seis veces en la última década, a menudo con pérdida total de las cosechas y una inseguridad alimentaria generalizada", afirma Francois Kayitakire, de African Risk Capacity (ARC), en Johannesburgo (Sudáfrica). La aridez actual, acompañada de la erosión del suelo y la deforestación, hace que la región sea vulnerable a las tormentas de arena que convierten las tierras de cultivo y los pastos en terrenos baldíos. La prolongación de la temporada de escasez -la ventana entre cosechas en la que las lluvias son limitadas y los habitantes dependen de fuentes alternativas de alimentos, como los frutos del cactus- está agravando estas pérdidas. Ahora, cerca de 1,35 millones de personas se encuentran en un estado de inseguridad alimentaria aguda y necesitan ayuda de emergencia, lo que se complica por el impacto de la COVID-19 en los servicios de emergencia y los precios de los alimentos.
Los sistemas de alerta temprana de la sequía y los métodos de transferencia de efectivo modernos son formas de adelantarse a estos desastres. En el caso de Brasil, el CEMADEN lleva vigilando las condiciones de sequía desde 2013 y realizando previsiones y escenarios de sequía, explica Cunha. En el sur de Madagascar, sistemas como el African Risk View de ARC pueden detectar los primeros signos de una temporada de cosecha fallida, y los mecanismos de seguro pueden anticipar estos impactos. En mayo de 2020, por ejemplo, Madagascar recibió 2,13 millones de dólares a través de ARC para proporcionar apoyo temprano a los hogares más afectados. "Sin embargo, los niveles actuales de cobertura del riesgo de sequía no son suficientes", explica Kayitakire. "Es necesario ampliar los seguros de riesgo y otros mecanismos de financiación como el crédito contingente para gestionar todo el espectro de riesgos".
Estas sequías son ejemplos de fenómenos compuestos que empeoran con el cambio climático. "La probabilidad de que se produzcan sequías simultáneas en varias regiones está aumentando", explica Franziska Gaupp, del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados de Laxenburg (Austria). "Las pérdidas simultáneas de cosechas en las principales regiones productoras pueden provocar picos de precios y tener efectos en cascada sobre el acceso a los alimentos, la hambruna y los disturbios alimentarios". Gaupp reitera la necesidad de contar con sistemas de alerta temprana y mecanismos de financiación. "Las transferencias de efectivo ex-ante (basadas en previsiones) pueden estabilizar los medios de vida y prevenir las crisis de precios de los alimentos, y son más rentables que la ayuda ex-post en caso de desastre".
Anticiparse a estas crisis depende, por tanto, de mecanismos de financiación bien diseñados y de sistemas de previsión inteligentes. "Tenemos que adoptar una perspectiva sistémica en lugar de un enfoque aislado", afirma Gaupp. "La sequía debe ser vista como algo más que un peligro biofísico e incluir las vulnerabilidades socioeconómicas, las capacidades de afrontamiento y la exposición".