Una revisión filosófica
Fuente: Simplicity Institute - Por Samuel Alexander y Jacob Garrettv-2017
Extracto del paper, cuyo texto completo puede verse aquí
"La principal implicación práctica es que la simplicidad voluntaria debería ocupar un lugar más central en nuestra educación moral y ética y que la aceptación casual de las culturas de consumo debería ser cuestionada más explícita y regularmente."
1. Introducción
Un vasto y creciente cuerpo de literatura científica nos está diciendo que la actividad económica humana está degradando los ecosistemas planetarios de manera insostenible. En conjunto, estamos consumiendo excesivamente los recursos de la Tierra, desestabilizando el clima y diezmando la biodiversidad (Steffan et al, 2015; IPCC, 2013; WWF, 2016). Al mismo tiempo, también sabemos que hay miles de millones de personas alrededor del mundo que están, para cualquier estándar humano, consumiendo por debajo de las necesidades básicas. Es probable que el alivio de la pobreza mundial ejerza una presión aún mayor sobre un planeta ya sobrecargado. Para empeorar las cosas aún más, se prevé que la población mundial, que actualmente es de 7.400 millones de personas, aumente a unos 9.700 millones a mediados de siglo y a 11.000 millones a finales de siglo (Gerland et al., 2014), lo que se suma a la ya grave crisis de sostenibilidad y justicia social. El crecimiento económico continuo parece socialmente necesario, pero ecológicamente desastroso (Meadows et al, 2004).
Lo que hace que toda esta situación sea aún más trágica es que el alto consumo, los estilos de vida al estilo occidental, que impulsan la crisis ambiental a menudo no cumplen con su promesa de una vida feliz y significativa, dejando a muchas personas alienadas de sus comunidades, desconectadas de la naturaleza, sin salud y con exceso de trabajo (Hamilton y Denniss, 2005; Lane, 2000). En este contexto, las llamadas de ambientalistas para rechazar los estilos de vida consumistas y las economías orientadas al crecimiento en favor de prácticas de menor consumo y producción y con menor impacto parecen poderosas, incluso convincentes, de una gama de perspectivas ambientales, sociales e incluso del interés propio (Trainer, 2010).
Elegir consumir menos mientras se busca una mayor calidad de vida es una estrategia de vida que hoy en día lleva el nombre de "simplicidad voluntaria" (Elgin, 1998; Alexander, 2009). El término fue acuñado en 1936 por Richard Gregg (2009), un seguidor de Gandhi, que abogó por un enfoque de consumo consciente que implicaba la búsqueda de las necesidades materiales básicas de la forma más directa y sostenible posible y luego dirigiendo el tiempo y la energía de las búsquedas materiales ilimitadas a favor de la exploración de la "buena vida" en fuentes no materialistas de significado y realización.
Esta forma de vida, también conocida como "downshifting" o "vida simple", abarca valores como la moderación, la suficiencia y la frugalidad, y evita valores materialistas de codicia, lujo y exceso. Al cambiar el consumo superfluo por más libertad, la simplicidad voluntaria ofrece la tentadora perspectiva de que los que adopten una actitud "más allá del consumo" podrían vivir más con menos (Cafaro, 2009), con consecuencias positivas para sí mismos, para los demás y para la sociedad en general y el planeta.
A pesar de la aparente coherencia de la simplicidad voluntaria como respuesta apropiada a las crisis sociales, el movimiento social o subcultura de la simplicidad voluntaria sigue siendo marginal. Especialmente en las regiones en desarrollo, pero cada vez más en otros lugares, las culturas consumistas dominantes continúan celebrando la riqueza, la fama y el estatus bajo el lema "más es mejor" que pone al aumento del consumo como el camino más directo hacia la felicidad y la realización (Hamilton y Denniss, 2005).
Además, este enfoque consumista de la vida encuentra una sofisticada defensa teórica en la economía neoclásica, un marco que sostiene que perseguir el interés propio en el mercado es la mejor manera de maximizar el bienestar personal y social. Desde esta perspectiva, los problemas del medio ambiente sólo surgen cuando los precios no reflejan con exactitud los verdaderos costos de producción (debido a las "externalidades"), lo que implica que la mejor manera de responder a los problemas ambientales no es repensar las prácticas de consumo, sino arreglar los fallos del mercado desde el punto de vista de la producción (véase Princen, 2005). Cuando los precios son correctos, se argumenta, la gente consumirá en un grado "óptimo" (maximización de la utilidad), lo que implica sostenibilidad. Así pues, esta perspectiva económica dominante margina el consumo como un tema de preocupación ética, y en base a esta perspectiva, los gobiernos y las empresas de todo el mundo sostienen que los individuos y los hogares deberían continuar consumiendo tanto como sea posible, porque esto es bueno para el crecimiento económico, y este paradigma asume que el crecimiento económico es el camino más directo hacia el progreso (Hamilton, 2003).
Aunque las perspectivas económicas y culturales dominantes sobre el consumo siguen suponiendo que "más es mejor", a lo largo de la historia siempre ha habido críticas a los valores materialistas y elogios a las formas de vida "más simples" (, 2014). Todos los grandes maestros espirituales y las tradiciones de sabiduría han advertido contra los peligros del exceso, la extravagancia y la codicia (véase VandenBroeck, 1991), y, de hecho, hasta hace poco, los partidos políticos de todo el espectro compartían la opinión de que la moderación, la frugalidad y la humildad eran valores sociales y políticos nobles (véase, Shi, 2007).
Sin embargo, a pesar de esta larga y venerable tradición, la simplicidad voluntaria ha recibido sorprendentemente poca atención de los filósofos morales y éticos (véase Barnett, Cafaro, y Newholm, 2005). En consecuencia, en este artículo, revisamos y examinamos el peso moral y ético de la simplicidad desde una serie de perspectivas filosóficas, incluyendo el utilitarismo, el kantianismo, la virtud ética, y el cristianismo, para evaluar cuál, si es que hay alguno, puede proporcionar una defensa de la simplicidad voluntaria. Aunque no pretendemos presentar nada como un absoluto fundamento filosófico de la simplicidad voluntaria, en última instancia, nuestro análisis muestra que la simplicidad voluntaria puede obtener un fuerte apoyo filosófico de una sorprendente gama de perspectivas morales y éticas. Nuestro argumento central es que este apoyo superpuesto hace que la simplicidad voluntaria sea una una sólida posición moral y ética que debería guiar la dirección de nuestras vidas y nuestras sociedades más que lo que lo hace. Aunque no podemos detallar toda la complejidad de las perspectivas morales y éticas en consideración, y de hecho podemos plantear tantas preguntas como las que respondemos, consideraremos que este análisis preliminar es exitoso si llama más la atención sobre las cuestiones que se están examinando y provoca una discusión más amplia.
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