Por Carolina Flynn - Abril 2020
Para la Iglesia Católica, el Viernes Santo, Dios Padre entregó a su hijo "para el perdón de los pecados y para la salvación de los hombres", 2000 años después hacemos nuestras ofrendas en el altar del capital.
El filósofo alemán Walter Benjamin escribió "Capitalismo como religión" en 1921, texto interpretado y comentado por numerosos filósofos, pero desconocido para la gran mayoría que no forma parte de las ciencias sociales. En general al capitalismo lo solemos pensar sólo como un sistema económico o de asignación de recursos. La forma en el que el conjunto de seres humanos "racionales", persiguiendo nuestro propio bien, formamos un mercado en el que los bienes van a adquirir un precio justo determinado por la oferta y la demanda.
La religión, pensamos, fue dejada atrás como factor determinante y legitimador de la interacción social y del orden político hace ya largo tiempo. Hay gente religiosa, sí, pero que ya no puede determinar reglas ni imponer valores al conjunto de la sociedad. Ya no puede imponer sentido. ¿Es tan así?
La palabra sacrificio deriva del latin y significa "hacer sagradas las cosas", honrarlas, entregarlas. En muchos sistemas mitológicos la realización de sacrificios humanos era algo común. Se mataba a las víctimas ritualmente de una forma que pretendía apaciguar a los dioses en caso de sequías, epidemias o similares desgracias o para obtener algún favor como la victoria sobre un enemigo. La historia era siempre la misma, renunciar a la vida de unos pocos para volver a dar estabilidad de la sociedad. Así lo hacían los celtas, los cartaginenses, los chinos, los incas, los aztecas y muchas culturas más. Los cristianos, por ejemplo, sostienen que "Dios padre quiso enviar a su Hijo al mundo para que realizara la salvación de los hombres con el sacrificio de su propia vida". Por eso se celebra el Viernes Santo.
Pero, ¿qué es lo sagrado para nosotros, ciudadanos globales del siglo XXI?
Nunca fue y es tan evidente el rol del sistema capitalista como religión como en las primeras respuestas de los gobiernos occidentales a la pandemia, en las presiones que enfrentan los países todos los días para relajar las medidas de aislamiento y permitir así la reactivación de la economía. El primer instinto de la mayoría de países occidentales, y por el que se está pagando el costo de decenas de miles de muertos, fue la preferencia de arriesgar a la población que a la economía. Dejando claro que es lo que "honramos".
Las preferencias podían ser inferidas, pero unos días después, cuando la pandemia empezaba a hacerse sentir en Estados Unidos, fue puesta en palabras por el Vice Gobernador de Texas Dan Patrick (R), quien descarnadamente declaró en el medio de extrema derecha Fox News que, “A mí nadie me ha preguntado si, como ciudadano mayor, estoy dispuesto a jugarme mi supervivencia a cambio de mantener a los Estados Unidos tal y como es para nuestros hijos y nuestros nietos. Porque mi respuesta es que sí, que estoy dispuesto. Mi mensaje es que debemos volver al trabajo, volvamos a vivir, seamos listos acerca de todo esto y los mayores de 70 ya cuidaremos de nosotros mismos. No sacrifiquéis el país, no sacrifiquéis el gran sueño americano”, manifestó.
¿Cuál sería el dios al que se le ofrecería el sacrificio? La economía de Estados Unidos.
Versiones similares de ofrendas al mercado pueden leerse en los tweets del Presidente Trump, que para mayor énfasis usa las mayúsculas: "NO PODEMOS PERMITIR QUE LA CURA SEA PEOR QUE EL PROBLEMA EN SÍ MISMO", tuiteó a finales de marzo. La cura: salvar vidas. Y en una aparición televisada unos días después proclamó, "Me encantaría continuar "bussines as usual" (N.T: como siempre) para la Pascua", a lo que el entrevistador le respondió "Eso sería una gran resurrección americana".
Podemos pensar que el paso del tiempo y la cantidad de infectados llegando a casi 500.000 estadounidenses, y más de 17.000 muertes lo haría cambiar de opinión, pero no. Su administración sigue intentando volver a la normalidad el 1 de mayo. Trump y el gobernador de Texas podrían verse cómo casos extremos. Pero el método implementado para lidiar con el virus por el gobierno británico (luego velozmente cambiado) llamado "herd inmmunity" o inmunidad colectiva, permitiendo que las actividades habituales sigan, la gente se infecte y así tener una población inmunizada lo más rápido posible (y muchos muertos en el medio), es otra muestra de las prioridades en las esferas del poder, lo que se honra, lo que se ofrece a cambio y ante quien. La política gubernamental del gobierno de Boris Johnson (hasta hace unos días en cuidados intensivos por el virus) consistía en permitir que "40 millones de personas se infectaran, lo que podía significar 6 millones de admisiones hospitalarias, 2 millones que requiriesen cuidados especiales o intensivos, y 402.000 muertes si la estimación del 1% de mortalidad del jefe médico, el profesor Chris Whitty, es correcta" según escribió en The Guardian el epidemiólogo William Hanage
402.000 muertes!!!! y era una política meditada, analizada y decidida por todo un equipo de gobierno!. Muertes que, otra vez, serían ofrecidas en el altar del mercado, de la economía.
Pero no son los únicos casos: las decisiones tomadas en otros países, sin llegar a la brutalidad de lo expuesto blanco sobre negro en el mundo anglosajón, no son muy distintas. También se han perdido vidas innecesarias para mantener "con vida" a la economía: Ias cuarentenas de Italia, España y Francia fueron bastante blandas al principio o comenzadas demasiado tarde. Edgar Morin twitteo en marzo que Europa estaba siendo masacrada por los financistas, los burócratas, economistas y tecnócratas.
En comparación Grecia, tiene hoy tan sólo poco más de un 1% de los contagios que tienen España o Italia. ¿Cómo? reaccionando pronto y rápido para evitar el "derrumbe" de sus hospitales "debilitados" por una década de crisis. "Nuestra prioridad es salvar vidas y a la salud pública, por ello hemos impuesto antes que otros países europeos medidas extraordinarias (...) para limitar la expansión del virus", dijo el primer ministro griego Kyriakos Mitsotakis el 20 de marzo. Situaciones similares, de medidas restrictivas fuertes se han dado en India, Argentina.
Cuando TODO está atravesado por el cálculo de los costos y beneficios y a TODO puede asignársele un precio y valor en el mercado, hasta la misma vida humana, es indudable que estamos frente a algo que es más valioso, que no acordamos en llamarlo dios o religión pero que cumple las mismas funciones.
Así como los antiguos pueblos sometían ante sus sabios las consideraciones sobre el tipo de sacrificio a hacer de acuerdo a la gravedad del problema que se le pedía al dios que resuelva: ¿un cordero, unas uvas o un ser humano?, hoy esas mismas consideraciones las hacen nuestros modernos sacerdotes en una hoja excell y con el signo $ como medida. Hace unos años se conformaban con sacrificar programas sociales, jubilaciones, derechos laborales y hospitales, pero cuando lo que está en juego es el sistema mismo, lo que hay que poner en el altar son las vidas mismas de los más vulnerables.
Solemos llenarnos la boca con la sacralidad de la vida humana, ocupamos a nuestros intelectuales a debatir sobre la misma y llenamos nuestras legislaciones de derechos humanos. Pero en los momentos cruciales, no son más que palabras vacías.
No todo es culpa de nuestros dirigentes, si hemos llegado a estos extremos y si hay gente que considera racional sopesar esas alternativas (y no son pocios) es porque desde que declaramos a dios muerto, hemos cambiado una religión por otra y lo que nos motiva cada día a hacer lo que hacemos, lo que en síntesis da sentido a nuestras vidas es la promesa de un paraíso terrenal, en la que la cuenta bancaria es la que nos da el acceso.
Si desde el activismo ambiental alguna vez tuvimos la esperanza de que la negación era una cuestión de desconocimiento, de que no sabían el riesgo que estábamos corriendo, estábamos equivocados. Para los creyentes del mercado -y debemos tomarla como una creencia dogmática, porque hay una imposibilidad de ver otra cosa y porque esta manera de verlo nos da una mirada más compasiva- la economía es más valiosa que la vida misma en el aquí y en el ahora, con lo cual no teníamos chances cuando les hablábamos de la vida de los que van a habitar el planeta dentro de 30, 40 ó 50 años, y ni que decir de las especies que lo comparten con nosotros.
"La masa de seres humanos convertidos en superfluos por el triunfo del capitalismo global crece sin parar y, ahora, está a punto de superar la capacidad del planeta para gestionarlos", escribió Bauman, lo que nunca pudo imaginar es que lo iba a gestionar con un virus.
Alguna vez hicimos sacrificios humanos para apaciguar a los dioses; ahora, hacemos lo mismo para apaciguar a los mercados. No somos tan modernos como creemos. Ni tan racionales. Veremos si esta crisis, hace tambalear el sistema de fe ciega imperante y esta vez declaramos muerto al dios mercado, pero esto no sucederá con una revolución violenta sino con una de las almas. Ningún creyente deja de serlo por la fuerza. Y este tiempo de inactividad, de quietud es crucial para lograrlo.