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Energía y clima: nuestras tecnologías no son soluciones milagrosas



Fuente: The Conversation - 11 de diciembre de 2017

Autor: Dominique Bourg - Filósofo, profesor honorario de la Facultad de Geociencias y Medio Ambiente de la Universidad de Lausana


La energía cristaliza todas las facetas de las relaciones que mantenemos con nuestras propias técnicas, y todos los malentendidos a los que dan lugar. El origen de estos malentendidos proviene del hecho de que consideramos nuestras técnicas como absolutas, autosuficientes, que nos permiten atravesar todo, extraernos de cualquier situación.


Pero no es así y sólo un buen conocimiento de nuestras técnicas puede permitirnos hacer un buen uso de ellas, y no esperar de ellas más de lo que pueden proporcionar. A este aspecto más filosófico de las cosas está dedicado este texto.


Captación de energía

Las técnicas no son absolutas en el sentido de que son intermediarias entre nosotros y el mundo, o la naturaleza, como entre nosotros y nosotros mismos. En este sentido, constituyen una forma de pantalla, al tiempo que nos permiten aflojar las abrazaderas; pero con la condición de que recordemos que hay algo detrás de la pantalla, y que la propia pantalla debe mucho a esta otra cosa, empezando por el tejido de los materiales de los que está compuesta.


En este sentido, el caso de la energía es ejemplar. Contrariamente a lo que parece implicar el lenguaje ordinario, o los anuncios de ciertos operadores, el ser humano no produce energía, que es constante en el universo; pero consigue, con diversos instrumentos o intermediarios, captarla.


Evidentemente, esta captura tiene un coste, principalmente en términos de energía, pero también en términos de materiales. No puedo captar energía sin usarla. Se trata de la famosa "tasa de retorno energético " (EROI), que se refiere a la relación entre la energía gastada y la energía utilizable.


En el apogeo de la saga petrolera, bastaba con invertir una unidad de energía (en este caso, un barril de petróleo) para recuperar 100 (el Eroi era entonces de 100). En el caso de las arenas bituminosas, 1 unidad invertida sólo permite recuperar de 4 a 5 unidades, y eso sin contar la energía incluida en las infraestructuras necesarias, el transporte y la transformación de la energía captada; estamos hablando aquí de un Eroi "ampliado".


Cada vez más materiales

La primera conclusión es que no tiene sentido hablar de energía infinita. Cada captura tiene un coste y depende de un contexto, hecho de circunstancias y materiales. Y salir a buscar "el último quintal de combustible fósil", como imaginó Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904), requeriría probablemente varios barriles.


La diferencia entre energía disponible y energía movilizada también permite distinguir entre reservas y recursos, lo que se aplica a todos los recursos del subsuelo además de la energía. Un recurso puede ser abundante, mientras que las reservas -es decir, la parte técnica y energéticamente accesible de este recurso- pueden ser limitadas.


La segunda conclusión es que la captación de energía no sólo requiere energía, sino también materiales. Este es precisamente uno de los principales factores limitantes de las energías renovables, eólica o fotovoltaica, que son ávidas de metales raros y semipreciosos, como las famosas tierras raras, aunque el progreso está aflojando un poco el cerco.



Nuestros estilos de vida

Por tanto, es difícil imaginar la satisfacción de una población de diez mil millones de personas (prevista para 2050) con un nivel de consumo cercano al de los antiguos países industrializados, aunque sólo sea en términos de recursos y cobre disponibles.


A esto hay que añadir la incrustación de las técnicas, ya no en un contexto puramente material, sino en uno económico, inseparable de diversas normas y de su interdependencia con determinados estilos de vida. Sobre el primer punto, recordemos el "efecto rebote", identificado por primera vez por el economista británico William Stanley Jevons en The Coal Question (1865). Se refiere al mecanismo por el que una mejora de la calidad tecnológica de un bien conduce a un aumento de su consumo.


En el caso de la energía, este efecto puede ser tanto directo como indirecto. Directo, como aumentar la temperatura de la calefacción en una vivienda perfectamente aislada o de conducir más kilómetros en un vehículo aprovechando que consume menos combustible. Indirectos, como el gasto en otras compras de energía, por ejemplo, destinando los fondos ahorrados en las facturas de calefacción a los viajes en avión.


Recuerda que el efecto rebote (que es la paradoja de Jevons) es una de las claves del crecimiento. En un mundo en el que los flujos entrantes en el sistema económico estén controlados y limitados, los efectos del progreso técnico y otros aumentos de productividad cambiarían drásticamente. Ya no alimentarían el crecimiento de los flujos y del PIB, sino la reducción absoluta de los flujos, o la reducción del tiempo de trabajo.


En cuanto a la vinculación de la tecnología con los estilos de vida, es bien conocido el caso de los ecobarrios, cuyos sistemas técnicos rara vez producen los resultados energéticos esperados, porque no responden a los estilos de vida y las expectativas de los habitantes (véase la investigación realizada en el marco del programa Movida). Por el contrario, cuando estas instalaciones son ocupadas por residentes comprometidos con la ecología, que aceptan, por ejemplo, el principio de compartir el coche, inevitable por el número limitado de plazas de aparcamiento, se consiguen los resultados esperados.



El clima presiona

En su artículo, los economistas Patrick Criqui y Michel Damian subrayan el desfase existente entre la urgencia del clima - las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero deberían reducirse al menos por un factor 2 de aquí a 2030, quedar libres de carbono en 2050 y tener emisiones negativas en la segunda mitad del siglo - y la cuota del 3% de energías renovables (excluida la hidroeléctrica) en el suministro energético mundial, las 6.700 centrales de carbón que escupen carbono, el acuerdo entre Rusia y China para asegurar la explotación del petróleo en el Ártico, la construcción de centrales de carbón bajo la dirección de China en Pakistán y en muchos países del sur de África, los intentos de Trump por reactivar el carbón, etc. Además, existe el factor decisivo de la inercia en el comportamiento y la infraestructura.



Hay algo muy paradójico en esta situación. Es el tiempo del clima, que es muy largo -la temperatura que alcanzaremos a mediados del próximo siglo durará milenios y se necesitarán 100.000 años para que se absorba casi todo el carbono que hemos acumulado en la atmósfera- el que se está volviendo excesivamente urgente, y se está frenando, para mal, por el tiempo de la historia y nuestra inercia.


¿Sapiens?

Observemos que, en contra de lo que nuestra civilización occidental siempre ha afirmado, no existe una solución técnica para todos nuestros problemas. Tal es el caso del clima.


Es demasiado tarde para solucionar y disolver el problema del cambio climático. Podemos mitigarlo, y debemos hacer todo lo posible para ello, pero tendremos que adaptarnos, en la medida de lo posible, a un mundo cambiante, que siempre hemos pretendido controlar. Este es uno de los profundos significados de la entrada en el Antropoceno.


Por último, destaquemos otro abismo: el que existe entre los conocimientos que hemos acumulado y su casi total ineficacia para movernos con rapidez y eficacia para dejar de comprometer la habitabilidad de la Tierra. ¿Hay alguna prueba más clara de que no merecemos ser llamados sapiens? Los conocimientos y las representaciones abstractas tienen poca influencia en nosotros y en nuestro comportamiento. Seguimos siendo animales que reaccionan a realidades y amenazas inmediatas, a sensaciones fuertes y evidentes, animales dotados, sin embargo, de un poder de hacer o más bien de destruir que parece superarnos por completo.


Todavía estamos a tiempo de aprender el buen uso, por definición limitado, de nuestras técnicas.


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