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Gaïa vive su momento #MeToo




Fuente: Liberation - Alain Deneault Profesor de Filosofía en la Universidad de Moncton (Canadá)


Explotada, dinamitada, contaminada, la Tierra necesita un descanso. El virus Covid-19 pone fin al ritmo demencial de crecimiento y a las políticas de competitividad internacional.

¿No hay algo discordante en ver que el Estado recupere de repente la capacidad de promover un esfuerzo de salud pública, sea cual sea el costo para la gran industria y las altas finanzas? ¿No hemos visto cómo este mismo Estado había abdicado durante décadas de su papel de guardián del bien común y se había convertido en cómplice de las peores prácticas de explotación por parte de las grandes empresas y los poderes del dinero? Volcándose a la economía de los comustibles fósiles al financiar abiertamente la expansión urbana, el desarrollo de un territorio sujeto al transporte automovilístico y la repetida expansión de los aeropuertos, en beneficio de las compañías petroleras a las que subvencionaba en la parte superior del mercado. Descuidó los alarmantes fenómenos de salud pública como la contaminación del aire y la comida basura, y prestó poca atención a la angustia en el trabajo, bajo un sistema en el que la competencia y los métodos de gestión agresivos abrumaban psicológicamente a los trabajadores. Su obsesión por el crecimiento le llevó a relegar a un segundo plano todo lo que no fuera una cuestión de interés de los accionistas.

Se necesitó un shock planetario para obligar al estado a recordar repentinamente sus prerrogativas, y suspender el imperativo del crecimiento del capital. Esto tomó la forma de un virus que no conoce clases sociales, ni fronteras, ni grupos étnicos, y que ataca lo suficientemente rápido y fuerte como para capturar la imaginación. Ha surgido como la respuesta de la economía natural a un orden antropocénico que se ha extendido por todo el mundo, vinculando todas las regiones habitadas en mil puntos y tratando de deshacerse de los seres vivos y las unidades territoriales de manera violenta.

Covid-19, el detonante

No cabe duda de que estamos asistiendo a un fenómeno epidemiológico que ha suscitado, en las reacciones de los dirigentes políticos, sus funcionarios especializados en la materia y la comunidad científica, una pretensión de razón.


Tampoco hay duda de que lo que observamos no puede reducirse a estrictas cuestiones de salud pública. El virus Covid-19 también es un disparador que permite que las cuestiones enterradas durante mucho tiempo queden a la vista. En un nivel simbólico, la aparición de estas moléculas nocivas desencadena abiertamente una manifestación de ansiedad y una toma de conciencia a gran escala de un orden ideológico, productivista y capitalista que ya no puede sostenerse. Ya no se trata de esperar el día en que el sistema colapse como el apocalipsis, sino de entender en qué proceso de erosión exponencial nos encontramos hic et nunc (NT: aquí ahora). Ha llegado el momento. Dejemos de pensar en el cielo como un basurero, en los seres vivos como ganado, en el suelo como el depósito de la naturaleza, en las aguas de pesca como una pecera y en los bosques como un almacén de madera. Sabemos que las inundaciones están alcanzando niveles críticos, que los grandes mamíferos así como los insectos indispensables, como las abejas, están desapareciendo en masa, que el aire se está volviendo irrespirable en algunos lugares, y que el agua es tóxica. Nuestra era no escapará a las consecuencias de la desmesura; el exceso conducirá necesariamente a un trágico final. El episodio viral al que nos enfrentamos es sólo un anticipo de la gran derrota hacia la que el Occidente capitalista está empujando a la humanidad y a muchas especies. La agitación que rodea a este virus también nos recuerda que el capitalismo globalizado se basa en muy pocas certezas, que beneficia a los gigantes con pies de barro. La interconexión globalizada que permite a una oligarquía de accionistas cosechar sin esfuerzo, opulentos beneficios año tras año hace vulnerables a todos los pueblos del mundo. Y las consecuencias son tanto más dramáticas cuanto que la clase dominante occidental ha desmantelado completamente su sistema industrial para reubicarlo en el Este, donde la mano de obra barata le permite operar como lo hacía en el siglo XIX, reduciendo al mismo tiempo al Estado al papel de alguacil que se supone debe legitimar las adquisiciones de empresas y oficializar las operaciones de mercado.

Una parada para salvar vidas A pesar de los atrasos salariales causados por la crisis actual, la pérdida de ingresos de los pequeños artesanos y las medianas empresas, y las correcciones a la baja de los ingresos fiscales previstas por los Estados, resulta de todo esto, por fin, una pausa salvadora. Excavado, dinamitado, revuelto, dislocado, explotado, intoxicado, contaminado, el planeta necesita tomar un descanso. Gaïa, de cara al capital, está viviendo su momento #MeToo. Es al ritmo demencial de las políticas de crecimiento y competitividad internacional al que estamos poniendo fin en estos días. Indignación de todos estos años pasados vendiendo cosas que nadie necesita, saqueando todo, privándonos colectivamente de lo que más nos gusta: ¡tiempo de calidad con los nuestros, y tiempo para dedicar a actividades significativas!

La perspectiva de romper el modelo que tenemos puede verse como una oportunidad. Con frugalidad, moderación y humildad, sobre la base de conceptos de ayuda mutua que deberán impedir el camino a la tentación del fascismo y la guerra civil, la humanidad podrá ver el siglo como una oportunidad para poner fin al capitalismo industrial, extractivista y de mercado que la amenaza en su forma globalizada, y prever modos de organización a escala regional. El historiador Fernand Braudel, siguió el movimiento demográfico de acordeón de Europa desde la Edad Media hasta la modernidad, en particular el ciclo de epidemias, vinculado a las hambrunas. Le interesaba el hecho de que los seres humanos se erigieron en amos entre los mamíferos, domesticaron a varios de ellos y reprimieron a los demás, cuando no los erradicaron, pero no controlaron totalmente a estas diminutas especies que pueden infiltrarse y perturbarlos gravemente. Es esta perspectiva a largo plazo la que provoca la propagación de un virus, tal y como lo estamos presenciando ahora: la memoria colectiva recuerda entonces el atroz sufrimiento de la gripe española, la peste, la lepra, el paludismo... y se proyecta en un futuro que no garantiza ninguna certeza. Sin embargo, al situar la conciencia en esta escala podremos prever este futuro como una oportunidad, en la medida en que la anticipación a la que puede estar sujeto también se superpone con la posibilidad de una economía apropiada, el desarrollo de prácticas coherentes, métodos de organización apropiados y conocimientos técnicos restaurados.

La lucidez y la alegría son nuestras disposiciones psíquicas maestras para el futuro. Uno sin el otro es mortal. La lucidez aterrorizada sobre un mundo que está llegando a su fin sólo puede conducir a la angustia y el pánico. La alegría sin lucidez sólo puede llevar a negaciones estúpidas que colectivamente desperdician el poco tiempo que nos queda. Acercarse a las profundas convulsiones que estamos atravesando a la manera de una oportunidad histórica es la mejor manera de hacer algo grande de ello en lugar de simplemente dejar pasar por los acontecimientos.

Alain Deneault es el autor de la Economía de la naturaleza, Lux Editeur (octubre de 2019). y Profesor de Filosofía en la Universidad de Moncton (Canadá) #coronavirus #capitalismo #decrecimiento #explotacion #estado #especies #naturaleza #calentamientoglobal #biodiversidad

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