Por: CAITLIN JOHNSTONE - 9 DE ABRIL de 2024
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La principal razón por la que me he centrado tanto en Gaza estos últimos seis meses no es tanto por lo horrible que es la atrocidad masiva de Israel en sí misma, sino porque está íntimamente entrelazado con todos los demás problemas de nuestro mundo y con el futuro de la especie humana.
De una manera muy real, la destrucción de Gaza parece ser un momento de la historia en el que la humanidad está reflexionando colectivamente sobre si quiere seguir comportándose de una manera loca y autodestructiva y continuar su trayectoria hacia la distopía y hacia la extinción autoinfligida, o abandonar esta locura y luchar por algo mejor. Si quiere seguir creyendo en las mentiras y la propaganda y consentir tácitamente el asesinato psicopático de los poderosos, o dejar que brille la luz de la verdad.
Un genocidio retransmitido en directo y al aire libre obliga a una civilización a plantearse preguntas sobre sí misma. Si algo así puede ocurrir a la vista de todo el mundo, y los responsables no sólo no hacen nada sino que lo facilitan activamente, entonces tienes que empezar a preguntarte si todo en tu nación está trastornado, y si todo lo que te han contado sobre el mundo es mentira.
Si algo tan desnudamente malvado -disfrazado con nada más que un fino barniz de gaslighting sionista que nos dice que no estamos viendo lo que estamos viendo- puede ser permitido por aquellos a quienes hemos confiado que dirijan las cosas, entonces significa que toda nuestra sociedad está enferma. Nuestro gobierno. Nuestros sistemas políticos. Nuestros medios de comunicación. Nuestros sistemas educativos. Nuestra visión del mundo. Nuestra cultura. Todo está podrido y corrompido, hasta la médula.
El futuro que se nos muestra a través de la ventana de Gaza es oscuro. Oscuro, oscuro, oscuro, oscuro. Actualmente están utilizando inteligencia artificial para crear listas de asesinatos y determinar cuándo sus objetivos estarán en casa con sus familias para garantizar el máximo de muertes de civiles. Solíamos preocuparnos por un futuro oscuro en el que los humanos enviaran máquinas a matar gente indiscriminadamente, pero resulta que en realidad está ocurriendo al revés: estamos programando máquinas para que nos digan a quién matar. El horror de nuestra distopía actual no son tanto los robots asesinos autónomos como las decisiones éticas sobre matar que se subcontratan a la IA.
Se nos pide que aceptemos esto y que avancemos en esta dirección hacia el futuro. Se nos pide que caminemos hacia el futuro asumiendo que está bien y es normal que nuestros gobiernos apoyen a sabiendas un acto imperdonable de matanza masiva de los habitantes de un campo de concentración gigante. Se nos pide que caminemos hacia el futuro asumiendo que está bien y es normal que los medios de comunicación mientan, distorsionen y desinformen al público sobre un asunto de tan urgente importancia día tras día, mes tras mes. Se nos pide que caminemos hacia el futuro asumiendo que está bien y es normal que se produzca un genocidio flagrante delante de nuestras narices, y que luego sigamos adelante como si no hubiera pasado nada.
Y ahora mismo estamos rumiando colectivamente la cuestión de si vamos a decidir hacer esas cosas, o si vamos a decidir hacer otra cosa en su lugar.
El genocidio de Gaza es algo enorme en sí mismo: la injusticia, el asesinato, la pérdida, el sufrimiento insondable. Pero lo que está ocurriendo en Gaza es mucho más que Gaza. Es un momento de la historia en el que la humanidad está pensando seriamente en un cambio revolucionario real y sopesando las opciones entre eso y continuar por este viejo y cansado camino ensangrentado que hemos recorrido durante milenios.
Gaza demuestra que toda nuestra civilización es cancerígena, y que todo lo que hemos estado haciendo ha fracasado. Cuando te encuentras con información que echa por tierra tu visión del mundo en tu vida personal, puedes derrumbarte bajo el peso de la disonancia cognitiva hasta que encuentras alguna forma de volver a enchufarte a las mentiras reconfortantes, o puedes ponerte a trabajar duro para formar una nueva forma de ver las cosas. Ese es el tipo de momento que se nos ofrece colectivamente con Gaza. O aceptamos la invitación o continuamos sumiéndonos en la oscuridad.