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Foto del escritorHomo consciens

La gran desprogramación ha comenzado, ¿hacia un nuevo paradigma?


Esta pausa, esta obligación de quedarnos quietos puede -y debe- ser el comienzo de una nueva etapa: holística, integral y compleja.


Por Carolina Flynn - Marzo 2020

EN la teoría de la complejidad de Edgar Morin, un factor presente en todos los sistemas complejos y que puede jugar un papel decisivo, es el accidente, lo inesperado que cambia el curso de la historia. "La previsible imprevisibilidad llegó", twiteó el filósofo el 12 de marzo.


Lo que hasta hace poco parecía imposible, hoy ya no lo es. El mundo se ha detenido. Enfrentados a un virus que amenaza nuestras vidas, los homo sapiens, animales conscientes de la clase de los mamíferos y del orden de los primates, estamos siendo capaces de romper, -así, de repente-, nuestros más preciadas rutinas, nuestros más preciados valores, nuestros más arraigadas formas de pensar y de ver la vida.


El movimiento, el frenesí y la novedad que daban la impronta de aceleración a nuestra época se detuvieron. Una interrupción que amenaza los cimientos en los que se basó nuestra civilización los últimos 70 años bajo el comando del deber del "progreso ilimitado".


Y nos pone en el umbral de lo que puede ser un cambio de paradigma. Pero en apenas unas semanas, sin que entendamos bien que está sucediendo, los seres humanos y la sociedad, estamos siendo expuestos a un cambio radical de nuestras vidas y nuestras prioridades.


La modernidad, tejido cultural que conduce nuestras vidas desde el Renacimiento, basó su primacía en la razón que, haciendo hincapié en lo tangible y material, entiende el todo mediante la división en partes, reduce los sucesos a la cuantificación en datos o beneficios, utiliza el pensamiento dual (esto ó aquello) y tiene una fe inquebrantable en la posibilidad de un progreso ilimitado, es decir en un paraíso terrenal terrestre. Desde hace un tiempo empezaba a mostrar muestras de saturación, cómo lo venía diciendo el sociólogo francés Michel Maffesoli. Principalmente, porque este modo de ver y sentir el mundo, con la novedad permanente como objetivo , la división en partes para entender el todo y el razonamiento lineal de causa y efecto, ya no nos permite operar muy eficientemente en un mundo complejo, dinámico e interrelacionado.


Los cambios de paradigmas se producen cuando la visión del mundo existente en un momento dado de la historia (social o individual), se desvanece porque ya no es capaz de resolver los desafíos evolutivos que se presentan en ese momento dado. El nuevo nivel de complejidad alcanzado necesita, exige, un cambio en la forma de ser observado y planteado el problema. Se producen entonces mutaciones de modelos o patrones mentales, saltos en la forma de ver o entender al mundo. Saltos en la forma de vernos y entendernos como individuos.


Así por ejemplo, cuando la comprensión del mundo medieval -que lo veía y explicaba todo a través de la Biblia y en función de un dios padre al que todo el universo obedecía- no pudo dar respuesta a los nuevos interrogantes y problemas vitales, empiezan a generarse resquebrajamientos que van dando luz a un nuevo modo de ver la realidad pasando de una visión teocéntrica del mundo a una antropocéntrica: la modernidad.


Unas décadas atrás, hablábamos del "fin de la historia" casi convencidos por Fukuyama que habíamos logrado alcanzar el paraíso terrenal y que no había más que este modelo de democracia occidental, libre mercado, individualismo y desarrollo técnocientífico. De la misma forma, unas décadas atrás, se pensaba que el desarrollo psicológico era paralelo al desarrollo físico, en las investigaciones de Piaget -por ejemplo- se detenía alrededor de los 20 años. A partir de ese entonces nos convertíamos en adultos y se producía "el fin de la historia personal"-más allá de ganar experiencia o acumular conocimientos técnicos, no había grandes cambios en nuestra forma de pensar y vivir. Es más el título del libro de Fukuyama es "El fin de la historia y el último hombre". Si bien esto ES cierto para muchos adultos, no lo es para todos.


Hoy, como lo explica en su libro Immunity to change el psicólogo evolutivo de la universidad de Harvard, Robert Kegan, con mejores herramientas para entender el cerebro, los científicos hablan de neuroplasticidad y de las fenomenales capacidades cerebrales para seguir adaptándose. Saben que el desarrollo continua a lo largo de toda la vida, permitiendo que cada sucesivo nivel de complejidad mental alcanzado sea formalmente más alto que el que lo precede porque puede ejecutar las funciones mentales de los anteriores, sumándolas las del nuevo nivel. ¿Que implica según Kegan "mayor complejidad" mental? implica que se es capaz de ver más cosas, no está asociado con el coeficiente intelectual, ni con la cantidad de conocimientos adquiridos (En otro post detallaremos algunos modelos)


Resumiendo, a nivel individual y social no hemos llegado al fin de la historia, y es evidente que las innumerables crisis que se están combinando en el siglo XXI la complejidad mental de los individuos (y de la humanidad) está por detrás de la complejidad de las demandas del mundo. Es evidente que necesitamos salir de la visión del mundo de la modernidad o del modelo mental o racional, que es la predominante en la población y en las elites que nos representan, y pasar a modelos mentales más holísticos, integrales y complejos -por lo menos en un porcentaje de la humanidad.


Hay varias formas de clasificar las etapas o paradigmas que ha atravesado la humanidad en su conjunto (aunque no uniformemente ni en tiempo ni espacio), y los seres humanos en su desarrollo individual, y que siguiendo a Jean Gebser podemos resumirlas así

  • la estructura mágica (en la que éramos hechiceros en un mundo repleto de espíritus que obedecían el comando de un yo omnipotente),

  • la estructura mítica (en el que ya no éramos omnipotentes nosotros mismos, pero teníamos un padre que era un dios todopoderoso que lo comandaba todo, que nos protegía y que nos premiaría con el paraíso celestial si le obedecíamos),

  • la estructura mental (en el que nosotros, los seres humanos, dominamos y controlamos al mundo natural con la ayuda de la ciencia y la técnica que siempre, siempre podría más, Ya no buscamos el paraíso celestial sino uno en la Tierra, cada uno de nosotros se convirtió en un pequeño dios al que hay que satisfacer todos sus deseos.


Desde hace unas décadas se empiezan a vislumbrar los primeros brotes de un nuevo cambio, fundamental para poder resolver los problemas globales que amenazan la continuidad de la civilización humana: el paso a un pensamiento holístico, sistémico, complejo (Edgar Morin), integral (Jean Gebser), integral (Ken Wilber), interindividual (Robert Kegan)


Lo que no significa dejar atrás la razón, el mito, la magia. Todos ellos tienen una función importante en la complejidad vital, Sino que significa incorporarlos, ser consciente de las limitaciones de cada uno de ellos y poder operar desde un marco más amplio en el que reconocemos las profundas interdependecias que hacen posible la vida, nuestra vida.


Si bien nos decíamos "conectados", "globalizados", la comprensión de nuestra "interconexión", era abstracta, intelectual. Con múltiples desconexiones en el nivel del análisis y de la comprensión del funcionamiento de los sistemas. Un claro ejemplo es la dominancia en el análisis de la disciplina económica con supuestos y objetivos claramente contrarios a la sustentabilidad planetaria.


Era una conexión, "comprendida" tibiamente desde la razón, una conexión de los objetos: de las comunicaciones, las mercaderías, los flujos financieros, la economía, los lugares, los productos culturales. Pero había una desconexión fundamental en el ámbito de la subjetividad, de la emoción, del sentimiento y del análisis. Esa falta de reconocimiento de las múltiples dependencias son las que hacen que el planeta esté al borde del colapso. Sí, estaba el "conocimiento" (los científicos se cansan de explicarlo) faltaba el sentimiento de interconexión, que hace posible el experimentar el dolor por la pérdida de una especie, el dolor y la preocupación por el calentamiento del planeta, entender que el desarrollo insostenible en un lugar repercute en otro.


"La mundialización es la interdependencia sin solidaridad" Edgar Morin

Esto es, lo que creo que está empezando a poder sentirse con el coronavirus, la interconexión de todo el globo. En un hecho insólito, único, estamos todos los seres humanos en suspenso, en pausa, sufriendo por la misma cosa, tolerando el mismo encierro, haciendo las mismas cosas, preocupados por lo mismo, hablando de lo mismo, De repente nos empezamos a sentir que somos una civilización global en espíritu.


Jeremy Lent, autor del libro "The Patterning Instict" sostiene que a pesar de que "Sabemos que estamos en medio de un colapso climático y ecológico, parecemos constitucionalmente incapaces de actuar sobre este conocimiento... ¿qué nos lo impide?. El libro, subraya que nuestra actual crisis de sustentabilidad no es un resultado inevitable de la naturaleza humana, sino que está impulsada por la cultura: es producto de patrones mentales particulares que podrían ser reformados. El tema era el cómo, cómo lográbamos a una escala masiva una conciencia global, un cambio de patrón mental.


Lamentablemente y afortunadamente (el pensamiento paradójico es clave de la complejidad) el coronavirus nos obligó a parar lo que se había transformado en una maquinaria inhumana y desbocada que ya nadie controlaba. En el ámbito personal era la del trabajo interminable, el consumo feroz, el movimiento contínuo de aquí para alla, la de un tiempo que parecía acelerarse más y más y al que ya no podíamos detener. En el plano planetario una maquinaria que generó un aumento de los niveles de gases efecto invernadero nunca vividos en 3 millones de años, un descalabro de todos los sistemas terrestres y que puso en marcha la 6ta extinción masiva de especies que vive nuestro planeta.


Esta pausa, esta cuarentena de consumo, esta obligación de quedarnos quietos, de estar con los nuestros, de extrañar a los nuestros, de no poder disfrutar de lo que dábamos por sentado (los amigos, la familia, la naturaleza, la salud) y descartábamos en pos de un sentido vital que se había reducido a trabajar y consumir, puede -y debe- ser el comienzo de una nueva etapa.



Había signos de cambio, pero no fue hasta que sucedió esto, la gran disrupción del coronavirus, que se suceden y repiten por doquier la necesidad de un pensamiento holísitico, sistémico, complejo de atender los problemas, de la necesidad de más solidaridad y comunidad y menos individualismo, porque entendemos que todos dependemos de todos. De la necesidad de cuidar al planeta y a las especies con las que compartimos porque dependemos de ellas. Es decir un anclaje de la individualidad que vaya más de la mente individual y sus necesidades y que se sienta parte de un todo mayor, ya no desde la abstracción del conocimiento sino desde el sentimiento de que estamos unidos.


Obviamente nada está asegurado, son brotes de esperanza. El status quo va a dar sus batallas para continuar como hasta ahora, pero es innegable que empieza a figurar en el lenguaje cotidiano, en los artículos de los especialistas el reclamo por una nueva forma de articular la realidad, que nos permitirá entender que, en palabras de Morin "El planeta Tierra está inmerso en un proceso infernal que está llevando a la humanidad a un desastre predecible. Sólo una metamorfosis histórica puede resolver las grandes y múltiples crisis ecológicas, económicas, sociales y políticas que amenazan la existencia misma de nuestras civilizaciones en el proceso de unificación"


Y como dice el filósofo colombiano Bernardo Toro "El «cuidado» constituye la categoría central del nuevo paradigma de civilización que trata de emerger en todo el mundo. La falta de cuidado en el trato dado a la naturaleza y a los recursos escasos, la ausencia de cuidado en referencia al poder de la tecnociencia que construyó armas de destrucción en masa y de devastación de la biosfera y de la propia sobrevivencia de la especie humana, nos está llevando a un impase sin precedentes. O cuidamos o pereceremos. El cuidado asume una doble función de prevención de daños futuros y de regeneración de daños pasados. El cuidado posee ese don: refuerza la vida, atiende a las condiciones físico químicas, ecológicas, sociales y espirituales que permiten la reproducción de la vida, y de su ulterior evolución."


Esta metamorfosis obviamente no va a ser un camino de rosas, puede ser una transición dolorosa, porque es una transformación que pone en cuestionamiento quiénes somos cómo individuos y como sociedad y que es lo que realmente importa y tiene sentido. Ni más ni menos que el "para qué vivimos", pero esta pausa impensada, nos da la posibilidad de un replanteamiento, de una reprogramación y una mutación. Sabiendo que en última instancia, nosotros -los animales racionales del género homo-, vivimos una aventura con final abierto.





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