La tesis principal del libro del antropólogo y científico interdisciplinario Ernest Becker La Negación de la Muerte, es que tanto la formación del carácter de la persona como la necesidad de acción (y por ende la cultura misma) son mecanismos defensivos para reprimir el miedo a la muerte, su inevitabilidad y la imposibilidad de controlar nuestro propio cuerpo y la naturaleza.
¿Por qué estamos posteando sobre este tema?
1 - Porque creemos que la sociedad consumista y materialista que construimos (que es la causa de la destrucción ambiental y climática que nos amenaza) no es más que el "proyecto heroico" -como lo llamaría Becker- que construimos en la modernidad para dar sentido a nuestras vidas y adquirir, mediante la religión del progreso, la ilusión de control sobre nuestro medio ambiente y nuestros cuerpos (y negar la muerte).
2- Porque ademá es también el mecanismo detrás de la fuerte negación del ciudadano medio ante el cambio climático. Es lo que nos impide aceptar el grave riesgo que corre nuestra civilización, poniendo en jaque los fundamentos mismos de la forma en que creíamos estar en el mundo. La ilusión que todo lo podíamos solucionar con más tecnología, que no había límites para la inventiva de la ciencia, que llega al cúlmine con la postura transhumanista que apuesta a la inmortalidad humana.
Sintetizamos el prólogo, escrito por el filosofo Sam Keen, donde se resume el aporte de Becke:
La negación a la muerte, esencial a nuestra constitución como humanos, se forma por el entrelazamiento de cuatro aspectos que se interconectan:
1- El primer aspecto que nos hace negarla es que “el mundo es terrorífico”. La madre naturaleza es brutal, destruye todo lo que crea. Vivimos en una creación en donde la actividad ordinaria de los organismos es destruir a otros, incorporando su esencia en su propio organismo y desechando los sobrantes en gases y excrementos.
2- El segundo aspecto es que la motivación básica del comportamiento humano es nuestra necesidad biológica de controlar nuestra ansiedad primordial, negar el terror a la muerte. Los seres humanos somos naturalmente ansiosos porque sabemos que estamos completamente indefensos y abandonados en un mundo donde estamos destinados a morir. “Este es el terror: haber emergido de la nada, tener un nombre, consciencia de sí mismo, sentimientos profundos, un anhelo poderoso por la vida y la expresión de nosotros mismos, y, aún así, tener que morir. Becker nos enseña que el éxtasis, el miedo y la ansiedad ontológica son acompañantes naturales de nuestra contemplación de la muerte.
3- El tercer aspecto es que dado que el terror de la muerte es tan sobrecogedor conspiramos para mantenerlo inconsciente.
“La mentira vital de la personalidad constituye la primer línea de defensa que nos protege de la dolorosa consciencia de nuestra indefensión. Cada chico toma el poder de los adultos para crear una personalidad introyectando las cualidades de un ser todopoderoso. Si soy como mi papá todopoderoso no moriré. En tanto me mantenga obediente dentro de mi mecanismo de defensa de mi personalidad me sentiré seguro y puedo pretender que el mundo es manejable. Pero el precio que pago es alto. Reprimimos nuestros cuerpos para comprar un alma que el tiempo no pueda destruir, sacrificamos placer para comprar inmortalidad, nos encapsulamos para evitar la muerte. Y la vida se nos escapa mientras nos acorrala entre las fortalezas defensivas de la personalidad.
La sociedad nos provee la segunda línea de defensa contra nuestra natural impotencia creando un sistema heroico que nos permite creer que trascendemos la muerte participando en algo de valor duradero. Conseguimos inmortalidad sacrificándonos para conquistar un imperio, construyendo un templo, escribiendo un libro, estableciendo una familia, acumulando fortuna, buscando el progreso y la prosperidad económica, creando la sociedad de la información, el libre mercado global. Dado que la tarea principal de la vida humana es que se vuelva heroica y trascender la muerte, cada cultura debe proveer a sus miembros con un intricado sistema simbólico que es encubiertamente religioso. Esto significa que los conflictos ideológicos entre culturas son esencialmente batallas entre proyectos de inmortalidad, guerras santas.
Uno de las grandes contribuciones de Becker a la psicología social es ayudarnos a entender que las corporaciones y naciones pueden estar manejadas por motivos inconscientes que tienen poco que ver con sus objetivos declarados. Hacer un negocio o ganar una batalla en una guerra tienen menos que ver con la necesidad económica o la realidad política que con la necesidad de asegurarnos de que lograremos algo de valor duradero. Otra de las grandes contribuciones es el develar que nuestros proyectos heroicos que tienen como objetivo destruir el mal tienen el efecto paradójico de traer más mal al mundo. Los conflictos humanos son luchas de vida y muerte, mis dioses contra tus dioses, mi proyecto de inmortalidad contra tu proyecto de inmortalidad. La raíz de todos los males humanos no proviene de la naturaleza animal del ser humano, ni de su agresión territorial, ni de su egoísmo innato sino de la necesidad de ganar autoestima, negar nuestra mortalidad y lograr una imagen heroica. Nuestro deseo por lo mejor es la causa de lo peor. Queremos limpiar el mundo, hacerlo perfecto, mantenerlo seguro de la tiranía, purificarlo de los enemigos de dios, eliminar el mal.
Quizá el más grande logro de Becker fue la de crear una ciencia del mal. Nos dio una nueva forma de entender como creamos excedentes de mal: guerra, limpieza étnica, genocidio. Desde los comienzos del tiempo los humanos tuvimos que negociar con lo que Jung llamaba nuestra sombra – los sentimientos de inferioridad, de auto desprecio, culpa, hostilidad- proyectándolos en el enemigo. Quedó para Becker aclarar la forma en la que la guerra es un ritual social para la purificación del mundo en el cual al enemigo se le asigna el rol de ser sucio, peligroso, ateo. Bosnia, Rwanda, los gulags, los campos de concentración, son un triste testimonio de la necesidad universal de chivos expiatorios –el judío, el negro, el sucio comunista, el musulmán, el tutsi. La guerra es una ceremonia de muerte en la cual sacrificamos a nuestros jóvenes para destruir a los cobardes enemigos del bien. Y, cuanto más sangre mejor, porque cuanto más grande la cuenta de cuerpos, mayor el sacrificio para la sagrada causa, el lado preferido del destino, el plan divino.
La conclusión radical de Becker, de que son nuestros motivos altruistas los que vuelven al mundo en un matadero, –nuestro deseo de fundirnos con un todo más grande, de dedicar nuestras vidas a una causa más grande para servir a los poderes cósmicos- nos deja con una pregunta inquietante y revolucionaria para cada nación y cada individuo. Cuánto estamos dispuestos a pagar para conseguir la certeza de que somos heroicos? No hay duda que una de las razones que Becker nunca haya encontrado una audiencia masiva es porque nos interpela, nos avergüenza con el conocimiento de cuan fácilmente derramaremos sangre para comprar la seguridad de estar del lado correcto, de tener razón. Revela como nuestra necesidad de negar nuestra desnudez (nos vamos a morir) y ser llevados a la gloria nos mantiene ignorantes de reconocer que el emperador no tiene ropa.
Después de este diagnóstico sombrío de la condición humana, no es sorprendente que Becker ofrezca una prescripción paliativa. No una curación milagrosa, no una futura apoteosis del ser humano, no un futuro ilustrado, no un triunfo de la razón.
Becker bosqueja dos estilos posibles de heroísmo no destructivo: lo mejor que podemos esperar para la sociedad en su conjunto es que la masa de individuos no conscientes puedan desarrollar un sentido heroico moral equivalente al que proporciona la guerra, la ciencia del ser humano nos ha mostrado que la sociedad siempre estará compuesta por sujetos pasivos, lideres poderosos, y enemigos sobre los cuales proyectamos nuestra culpa y autodesprecio. Este conocimiento puede permitirnos desarrollar un odio objetivo en el cual el objeto odiado no sea un chivo expiatorio humano sino algo impersonal como la pobreza, la enfermedad, la opresión, la contaminación, la defensa de los animales. Haciendo que nuestro odio inevitable sea inteligente e informado puede hacer que podamos canalizar la energía destructiva en un uso creativo.
Para el individuo excepcional está el antiguo camino filosófico de la sabiduría. Becker, como Sócrates, nos aconseja practicar la muerte. Cultivar la conciencia de nuestra muerte nos lleva a la desilusión, la pérdida de la armadura de la personalidad y a una elección consciente de enfrentarnos cara a cara con el terror. El héroe existencial que sigue este camino de auto análisis difiere de la persona común de que sabe que él o ella esta obsesionado. En vez de esconderse en ilusiones de personalidad, en el ego, ve su impotencia y su vulnerabilidad. El héroe desilusionado rechaza las heroicidades estándar de la cultura masiva en favor del heroísmo cósmico en el cual hay gozo real y está la posibilidad de desprenderse de la dependencia de las cadenas autodestructivas, no confrontadas y descubrir nuevas posibilidades de elección y acción y nuevas formas de coraje y resistencia. Viviendo con la voluntaria consciencia de la muerte, el individuo heroico puede elegir la desesperanza o hacer el salto Kierkegardiano y confiar en la “sacrosanta vitalidad del cosmos” en el dios desconocido de la vida cuyo misterioso propósito se expresa en el drama cósmico de la evolución.
Hay signos de que algunos individuos están despertándose de una larga, oscura noche del tribalismo y nacionalismo y desarrollando lo que Tillich llama una consciencia transmoral, una ética que es universal en vez de étnica. Nuestra tarea para el futuro es explorar lo que significa para cada individuo ser miembro de nuestra casa que es la tierra, una comunidad de parentesco. Si vamos a usar nuestra libertad para encapsularnos en nosotros mismos en personalidades estrechas, tribales y paranoicas y crear mas utopías sangrientas o formar comunidades compasivas, está todavía por decidirse. en tanto que los seres humanos posean algo de libertad, todas las esperanzas por el futuro deben ser puestas en el condicional, en el ámbito de la probabilidad. Ninguna prediccion por ningún experto nos puede decir si prosperará o morirá, podemos elegir o disminuir el dominio del mal. El guión del futuro no está escrito.
La tesis del libro está retratada en el documental de la DW "Codicia: psicología del dinero, la felicidad y la inmortalidad"