No detendremos esa rueda si no cambiamos el orden político y económico para alcanzar un estado en el que no necesitemos acelerar para conservar el statu quo.
Fuente: La Vanguardia - Por IMA SANCHÍS - Mayo 2016
Hartmut Rosa, filósofo y sociólogo
50 años, alemán: nací en Lörrach y soy catedrático de Sociología en la Universidad de Jena. Vivo solo. No tengo hijos, pero en verano organizo campamentos para niños con talento. Democracia es dar voz a todos y que todas las voces se escuchen. Creo en una realidad que responde, podemos llamarla Dios.
Soy un hámster en su rueda?
Yo sí lo soy.
...La verdad.
De acuerdo..., creo que usted también, todos vivimos atrapados en una enorme rueda de hámster.
La aceleración es el mantra.
Sí, innovar-avanzar-producir o perder. Fíjese en la economía: o creces o entras en crisis. Es absurdo y una traición, porque la promesa de la modernidad era que siendo eficientes habría riqueza para todos.
La hay, en cantidad, cada vez para menos.
Pero todos estamos atrapados. Las élites han interiorizado los mecanismos de optimización y aceleración, de manera que llevan incorporada la ansiedad; otros han de correr porque se lo exige la empresa y los jefes, presionados.
Y los desempleados ¿se han caído de la rueda?
Sí, y quedan desconectados de cualquier lógica, no tienen trabajo, ni dinero ni reconocimiento. Estás en la rueda o fuera de ella.
Cuanto más urbana, moderna y avanzada es una ciudad, más rápido se camina.
En efecto. Es como una perversión, nosotros tenemos las tecnologías más rápidas, de manera que deberíamos tener más tiempo, pero cada vez tenemos menos; y no sonreímos más que en África, donde van a un ritmo más lento.
En las encuestas somos los más felices.
Porque respondemos a esa pregunta con una visión que tiene que ver con nuestros recursos (casa, móvil, coche, aire acondicionado...), pero eso no significa que tengamos una vida mejor.
¿Está seguro?
La sociedad capitalista moderna necesita crecer para permanecer igual. No detendremos esa rueda si no cambiamos el orden político y económico para alcanzar un estado en el que no necesitemos acelerar para conservar el statu quo. Yo defiendo unos ingresos básicos.
¿Sólo por existir?
Sí, pero también tenemos que cambiar nuestra idea de lo que es una buena vida. Creemos que tener más nos hará más felices (más recursos, conocimiento, mejor aspecto, más amigos, más salud…). Creemos que más es mejor.
¿Y cuál es su propuesta?
Mi idea es que la buena vida se obtiene resonando con nuestro entorno, viviendo conectados con el mundo. En las relaciones, en el arte, en la naturaleza... buscamos estar en contacto con la existencia, que nos emocionen y emocionar a los otros. Las experiencias de conexión siempre tienen una calidad transformadora.
Necesitamos sentido.
La mala vida es una vida alienada, puedes tener mucho dinero y relaciones, pero si pierdes la resonancia, acabas quemado.
Este momento político ¿es la consecuencia o la resistencia a la aceleración?
Ambas. Creo que las personas nos sentimos alienadas, atrapadas en un mundo que cambia constantemente y sobre el que no tenemos control. Lo que llamamos globalización no es más que aceleración permanente, todo viaja rapidísimo: el dinero, los datos, la información...
La aceleración ¿no tiene fin?
Estamos a punto de fusionar la biología con la tecnología, no parece que haya límites.
Puede que antes nos colapsemos.
El sistema continuará hasta que haya una catástrofe ecológica, un derrumbe económico total o una resistencia política radicalizada. Ahí está el EI, que quiere congelar la sociedad.
Cada vez introducimos a los niños en el “corre, date prisa” a más temprana edad.
Y eso aumenta las desigualdades porque las élites, que son las que corren más rápido, no esperan ni a que nazca el bebé, le ponen a Bach para acelerar las conexiones neuronales.
Eso no los hará más felices.
Cuando en las encuestas preguntamos a la gente cuál fue la última vez que se sintió feliz, suele contarnos una historia que acaba con “... eso realmente me emocionó”: conectividad.
Pero vamos detrás del dinero.
En el mundo moderno neoliberal no existe ningún refugio en el que podamos decir “ya tengo suficiente”. En cuanto permaneces en el mismo peldaño te vas para abajo, pierdes tu posición.
Hay que mover las patitas sin parar...
Usted lo ha dicho: la energía que mueve esa enorme rueda proviene del propio sistema, pero también de nosotros. Hay que comprender cómo funciona el capitalismo.
¿Comprender para cambiar?
Sí. Nuestro deseo básico de conexión se ha enmascarado en un deseo de bienes y objetos. Quiero un móvil para estar conectado con mis amigos, pero acabo atrapado en el consumo del último modelo, por eso los objetos siempre nos decepcionan.
El agua embotellada no nos conecta con la naturaleza por muchas flores que le pinten.
Exacto, pero así funciona el capitalismo: hemos de sentirnos lo suficientemente decepcionados para no estar satisfechos, pero no lo suficiente como para dejar de comprar. Si lo entiendes, podrás hacer algo al respecto.
¿Hay solución individual?
Podemos elegir aumentar nuestra predisposición a la alienación (meter la cabeza en el móvil y consumir) o abrirnos a la posibilidad de la conexión, atento a lo que ocurre a mi alrededor. Pero la solución es colectiva, y podemos remodelar el mundo trabajando juntos desde la UE, una potencia económica y política, y con una voz moral; pero si empezamos a competir entre nosotros, esta posibilidad se esfumará.
Con ojos de alienígena
Me propone observar el capitalismo con ojos de alienígena. Desde esa distancia no hay duda de que el capitalismo ha traído riqueza y avances increíbles, somos una sociedad muy eficiente, nuestra capacidad de producir bienes no tiene parangón en la historia, pero el precio es vivir atrapados en la aceleración: o crecemos o entramos en crisis, prisioneros de un ritmo de vida frenético que nos hace infelices. “En mi universidad tenemos un proyecto de investigación enorme: la sociedad poscrecimiento. La idea es inventar un orden social moderno que se estabilice en modalidad de adaptación a través de la democracia económica, unos ingresos básicos y una nueva concepción de la buena vida”.
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