Fuente: The Proud Holobionts - Por Ugo Bardi - 1 de mayo de 2022
Sobre el autor: Ugo Bardi es profesor de Química Física en la Universidad de Florencia (Italia). Es miembro de pleno derecho del Club de Roma, organización internacional dedicada a promover un mundo limpio y próspero para toda la humanidad, y autor, entre otros, de El efecto Séneca (2017), Antes del colapso (2019) y El mar vacío (2021).
Imagina una máquina del tiempo que te lleva a la Tierra de hace mil millones de años, justo en medio del eón llamado "Proterozoico". En primer lugar, necesitas un respirador de oxígeno, pues de lo contrario morirás asfixiado en pocos minutos. También necesitas un sombrero de ala ancha y un atuendo que cubra tus extremidades de manera que proteja tu piel de la radiación ultravioleta. Es tu planeta, pero en esta época no es especialmente amable con un metazoo como tú.
Caminas unos pasos cautelosos hacia adelante. Frente a ti, el mar azul. Te das la vuelta: una extensión de rocas secas que se prolonga hasta el horizonte. No hay rastros de nada verde que puedas ver: ni plantas, ni insectos, ni pájaros, nada de eso. Por encima de ti, el sol brilla en el cielo azul. Notas que es un poco menos brillante de lo que estás acostumbrado a ver, en tu época. No hay rastros de nubes: es lo que esperabas: la ausencia de árboles significa que no hay evapotranspiración de vapor de agua, ni compuestos orgánicos volátiles que funcionen como sitios de nucleación para las gotas de agua que forman las nubes.
Caminas hacia el mar. Hay principalmente rocas, pero también algunos lugares arenosos: pequeños parches de playa. Si hay una playa, tiene que haber un río, en algún lugar, que la haya creado. Lo ves, no muy lejos. Está completamente seco, su lecho atraviesa el paisaje rocoso desde las colinas en la distancia. Las lluvias, cuando llegan, deben ser aguaceros torrenciales que vienen y se van rápidamente.
Te arrodillas en la playa, frente al mar, levantando un poco de agua con las manos ahuecadas. Sabes que debe ser menos salada que el agua de mar a la que estás acostumbrado en tu época, y estás tentado de probarla para confirmarlo. Pero no es una buena idea. Esa agua está repleta de microorganismos, la mayoría de ellos distintos a los que está acostumbrado tu sistema inmunitario. Dejas caer el agua sobre la superficie de una roca, donde se forma una mancha oscura que se evapora rápidamente y desaparece.
De pie frente a ese mar ajeno, observas las suaves olas que van y vienen. Sabes que allí no hay peces. No hay cangrejos, ni conchas marinas, ni algas, nada de eso. Pero hay un enorme número de microorganismos. Hacen la fotosíntesis, se comen unos a otros, se reproducen dividiéndose en dos. Sólo pueden vivir en el agua. ¿Hay vida en las rocas secas de la orilla? Tal vez algunas de esas criaturas microscópicas sobrevivan allí, tal vez incluso prosperen, tal vez algas o incluso ancestros de los líquenes modernos. Pero sólo llevan una existencia precaria. Son invisibles a simple vista, y aún no ha llegado su hora.
En el horizonte, una enorme luna anaranjada se eleva mientras el sol se desvanece lentamente en el lado opuesto. Sigues mirando las aguas oscuras que tienes delante. Justo bajo la superficie, vislumbras algo que parece un par de ojos grandes. Crees verla sólo por un momento, Gaia en su forma de diosa del mar, nadando lánguidamente en el tranquilo mar.
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Vuelves a tu máquina del tiempo. Marcas 350 millones de años antes de tu tiempo, el comienzo del Período Carbonífero. Aprietas el botón.
Sales de la máquina, respirando el aire fresco, oliendo algo que nunca antes habías olido. Sea lo que sea, el aire es húmedo, rico en oxígeno. Te encuentras en un pequeño claro, frente a ti, hay un estanque rodeado de un frondoso bosque. Árboles, árboles altos, que forman un dosel completo bajo las nubes bajas, barridas por un viento suave. El lugar es inquietantemente silencioso: no hay pájaros, ni insectos, ni nada parecido. Sin embargo, reconoces el lugar: este es tu planeta, la Tierra, aún no como será en el futuro que es tu tiempo, pero un mundo familiar.
Mientras estás de pie, te llega un ruido: un zumbido. Ves algo que se aleja volando, una especie de insecto. Empieza a llover. Es un chaparrón cálido y suave que te moja rápidamente, pero que termina enseguida. Ha sido suficiente para molestar a las criaturas que viven bajo los arbustos bajos. Los ves escabullirse: tetrápodos, anfibios primitivos. Saltan al agua del estanque y desaparecen. Son tus ancestros, los ancestros de todos los metazoos que se desplazarán por tierra en el futuro que es tu tiempo.
Mientras caminas, salpicando tus botas en el barro, te preguntas cómo Gaia hizo este increíble truco: transformar la roca desnuda de continentes enteros en frondosos bosques. Mientras piensas eso, vislumbras un par de ojos brillantes que te miran fijamente desde el dosel. Miras hacia arriba y desaparecen, dejando sólo una sonrisa de gato de Cheshire de la Diosa de los Bosques, que luego se desvanece entre las ramas.
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