Los líderes liberales hacen cola para elogiarla, pero su inacción ante la crisis climática demuestra que no están escuchando su mensaje.
Por Stephen Buranyi - The Guardian
Greta Thunberg ha hecho muchos enemigos. Son fáciles de reconocer porque su bronca es tan grande que no pueden evitar hacer el ridículo. La llegada de Thunberg a los Estados Unidos a principios de este mes, hizo estallar a los expertos de la derecha y luego al propio presidente. La provocadora conservadora Dinesh D'Souza comparó su mirada con la de un cartel de propaganda nazi; un invitado de Fox News la llamó "niña sueca mentalmente enferma" explotada por sus padres; y Trump se burló de ella en Twitter como una "joven feliz a la que le espera un futuro brillante y maravilloso", tras un discurso en el que expuso urgentemente las sombrías perspectivas para el futuro de su generación.
Estos son los últimos ataques, pero no son los peores ni los más trastornados. Arron Banks insinuando que podría ahogarse cruzando el Atlántico en agosto, podría ser el peor ejemplo - o podemos mirar directamente a lo más bajo que podemos llegar los seres humanos y ver el abuso que Greta recibe a diario en las redes sociales.
Sus muchos partidarios parecen desconcertados de por qué Thunberg desencadena estos ataques. "Se preguntan, desconcertados por su aparente inocuidad, esta pequeña niña con sus abrigos de gran tamaño y su letrero pintado a mano que insiste en que simplemente "escuchemos a los científicos". La edad y el género de Greta indudablemente molestan a sus críticos, pero la furia proviene porque explícitamente hace las conexiones que los científicos generalmente no están dispuestos a hacer. Es decir, que sus predicciones científicas sobre el clima y el orden económico y político actual pueden no ser compatibles.
El informe del año pasado del IPCC advertía que sólo quedaban 12 años para evitar daños irreversibles. Greta se refiere a esto a menudo, actualizando el conteo como si fuera una bomba de tiempo atada al pecho de toda su generación: cuanto más se acerca a cero, más justificación para una acción más radical.
Es un argumento moral, fundamentalmente, que asume que la crisis climática será peor que cualquier disrupción causada para abordarla. El carbono adelanta la hora de la muerte, y cualquier cosa que lo facilite debe ser mala. Por eso señala que, los paradigmas del "crecimiento verde" y las soluciones basadas en el mercado, que se han publicitado durante mucho tiempo, han fracasado. "Si las soluciones dentro de este sistema son imposibles de encontrar, entonces tal vez deberíamos cambiar el propio sistema", dijo en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima celebrada en Katowice el año pasado.
La derecha no se enfurece así porque sí con cada activista climático. Thunberg no tiene la genialidad de "Mr. Inconvenient Truth", Al Gore, o las varias celebridades de Hollywood que han tomado el clima como su causa. Se presenta como una populista del clima: invoca una visión moral clara, un sistema corrupto e insensible, y tiene la habilidad de separar claramente un "nosotros" y un "ellos". Cuando dijo que sus partidarios "eran objeto de burlas y mentiras por parte de funcionarios electos, miembros del parlamento, líderes empresariales, periodistas", estaba trazando unas líneas políticas ya conocidas contra la élite.
Este marco libera a la gente común de la complicidad en la crisis climática, al igual que otros populismos la liberan de la culpa de su destino económico o social, y dirige ese sentimiento hacia un enemigo político. "Algunas personas dicen que la crisis climática es algo que todos hemos creado. Pero esa es sólo otra mentira conveniente", dijo Thunberg a los asistentes en Davos a principios de este año. "Alguien tiene la culpa." Un informe de 2017 que muestra que sólo 100 empresas han sido la fuente de más del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero desde 1988 se ha convertido en una referencia popular entre los manifestantes. La alquimia del populismo es que la impotencia alimenta la ira en lugar de la desesperación.
Los críticos de Greta ya sabían exactamente qué esperar de la cuestión climática. Incluso, si no lo seguían de cerca, podían intuir, como la mayoría de la gente, que los principales medios de comunicación estaban llenos de negación y obstrucción, y que las negociaciones internacionales estaban gobernadas por una política que se acomodaba al status quo. A pesar de las grandes promesas, nadie creía que algo cambiaría. No es sólo que Thunberg haya hecho popular la política climática, sino que, por primera vez, desde los primeros días del movimiento de justicia climática, los ha hecho populistas a gran escala, algo que estas personas ven con razón como una amenaza para el orden neoliberal que les conviene. Un buen reaccionario reconoce el vehículo potencial para un cambio real y lo odia.
Al ver esto, los provocadores y bulleadores de Greta son en realidad más perceptivos que muchos de los políticos liberales y centristas que han empezado a pegarse a ella sin escuchar su mensaje. Justin Trudeau, por ejemplo, la elogió la semana pasada al presentar nuevas políticas climáticas que no cumplieron con los objetivos de Thunberg. Tras reunirse con él, dijo que Trudeau "no estaba haciendo lo suficiente" en materia de clima, y anteriormente había calificado de "vergonzoso" el doble discurso de su gobierno sobre la política climática.
No está claro cual es la política de Thunberg, ni a dónde irá en el futuro, pero su retórica refleja la izquierda del movimiento ambientalista, un ala que ha advertido desde hace mucho tiempo que se requerirán reducciones en el consumo y el crecimiento para hacer frente a la crisis climática. "Sólo se habla de un crecimiento económico verde eterno porque se tiene demasiado miedo de ser impopular", dijo a los delegados en la conferencia de la ONU sobre el clima en Katowice el año pasado, criticando las "mismas malas ideas que nos metieron en este lío", y pidiéndoles que apreten el "freno de emergencia".
A principios de este mes en Nueva York continuó la crítica frente a los líderes mundiales. "Estamos en el comienzo de una extinción masiva, y todo en lo que puedes pensar es en dinero y en cuentos de hadas del crecimiento eterno: cómo te atreves", dijo, visiblemente enojada.
Vale la pena señalar esto - no para adjudicarle a Thunberg ninguna preferencia política en particular, sino para señalar que sus principales objetivos retóricos no son los locos negacionistas, sino los mismos políticos de la corriente dominante que la invitan a hablar y elogian su activismo. La transportan como si fuera su propia hija y, tal vez de manera similar, no parecen oírla cuando dice que es su culpa que su vida esté arruinada. Es la reacción de un grupo que durante mucho tiempo se ha considerado del lado correcto de la división climática y, por lo tanto, de la historia. Como si un gran "lo intentamos" satisficiera a las generaciones posteriores.
La gran contribución de Thunberg es convencer al público en general de la bancarrota de esa perspectiva, y denunciar los años de fracaso de los objetivos incumplidos como los fracasos que son. Los políticos no parecen tomar este cambio, o ella, muy en serio. Están contentos de disfrutar de su luz, quizás convencidos de que esta nueva insistencia en la inmediatez pasará, como todos los demás.
En su último discurso, Thunberg prometió que vendría el cambio, "te guste o no", aunque no está claro que tenga un plan para hacerlo. Por el momento, ella y el movimiento que ha fortalecido se encuentran en un lugar extraño, con un inmenso apoyo popular a una causa radical y, al mismo tiempo, elogiado por las mismas personas que ellos identifican como el problema.
- Stephen Buranyi es un escritor con sede en Londres y ex-investigador en inmunología.