El Estado de Nueva York alega que ExxonMobil conocía los riesgos del cambio climático y defraudó a sus inversores al tergiversarlos.
El 23 de octubre, en un tribunal federal de Nueva York, se abre uno de los casos de malversación de fondos corporativos más importantes de la era moderna, rivalizado sólo por los litigios de tabaco de la década de 1990. El estado de Nueva York está demandando a ExxonMobil por engañó a sus inversionistas sobre lo que sabía acerca de la crisis climática -esencialmente mintiéndoles de lo que podría eventualmente costarle a la compañía en eventuales riesgos financieros.
Según informa el sitio Inside Climate News la demanda pone fin a una investigación de tres años sobre Exxon y prepara el terreno para lo que podrían ser años de litigios que involucren a una empresa que lucha para proteger su negocio.
Según la demanda, Exxon se involucró en "un esquema fraudulento de larga data" para engañar a los inversionistas al proporcionarles garantías falsas y engañosas de que estaba manejando efectivamente los riesgos económicos que planteaban las políticas y regulaciones cada vez más estrictas relacionadas con el cambio climático.
En lugar de manejar esos riesgos de acuerdo a lo que representaban para los inversionistas, Exxon empleó prácticas internas para esconderlos, y expuso a la compañía a un riesgo mayor, sin que los inversionistas lo conocieran.
Por si fuera poco, las nuevas presentaciones ante los tribunales revelan que Exxon estaría presionando a testigos cuyos testimonio podría resultar crítico.
El caso es histórico, pero resulta significativo del momento histórico en que estamos y de los valores predominantes, que la demanda haga hincapié en los derechos de los accionistas y no en el daño que se hizo a todo el planeta y la humanidad. Especialmente a la luz de las revelaciones de que Exxon y otras compañías de energía sabían desde hace 30 años que las emisiones de carbono se estaban volviendo peligrosas para la Tierra.
Con relación al conocimiento de los gigantes del petróleo de los daños que estaban ocasionando, en una nota escrita en The Guardian en 2018 por Benjamin Franta, se señala que:
"En la década de 1980, compañías petroleras como Exxon y Shell llevaron a cabo evaluaciones internas del dióxido de carbono liberado por los combustibles fósiles, y pronosticaron las consecuencias planetarias de estas emisiones. En 1982, por ejemplo, Exxon predijo que para el año 2060, los niveles de CO2 alcanzarían alrededor de 560 partes por millón -el doble del nivel preindustrial- y que esto empujaría las temperaturas medias del planeta hacia arriba en alrededor de 2°C por encima de los niveles actuales (e incluso más en comparación con los niveles preindustriales).
Más tarde, en 1988, un informe interno de Shell proyectó efectos similares, pero también encontró que el CO2 podría duplicarse incluso antes, para 2030. En privado, estas compañías no discutieron los vínculos entre sus productos, el calentamiento global y la calamidad ecológica. Por el contrario, su investigación confirmó las conexiones.
La evaluación de Shell preveía un aumento del nivel del mar de un metro, y señaló que el calentamiento también podría alimentar la desintegración de la capa de hielo de la Antártida Occidental, resultando en un aumento mundial del nivel del mar de "cinco a seis metros". Eso bastaría para inundar países enteros de tierras bajas.
Los analistas de Shell también advirtieron sobre la "desaparición de ecosistemas específicos o la destrucción de hábitats", predijeron un aumento en la "escorrentía, inundaciones destructivas e inundaciones de tierras agrícolas bajas", y dijeron que "se necesitarían nuevas fuentes de agua dulce" para compensar los cambios en las precipitaciones. Los cambios globales en la temperatura del aire también "cambiarían drásticamente la forma en que la gente vive y trabaja". En total, concluyó Shell, "los cambios pueden ser los más grandes de la historia".
Por su parte, Exxon advirtió de "eventos potencialmente catastróficos que deben ser considerados". Al igual que los expertos de Shell, los científicos de Exxon predijeron un aumento devastador del nivel del mar y advirtieron que el Medio Oeste estadounidense y otras partes del mundo podrían volverse desérticas. Mirando el lado positivo, la compañía expresó su confianza en que "este problema no es tan significativo para la humanidad como un holocausto nuclear o una hambruna mundial".
Los documentos son una lectura aterradora. Y el efecto es tanto más escalofriante cuanto que los gigantes del petróleo se niegan a advertir al público sobre el daño que predijeron sus propios investigadores. El informe de Shell, marcado como "confidencial", fue divulgado por primera vez por una organización de noticias holandesa a principios de este año (2018). El estudio de Exxon tampoco estaba destinado a la distribución externa; se filtró en 2015.
Las empresas tampoco asumieron nunca la responsabilidad de sus productos. En el estudio de Shell, la empresa argumentó que la "principal carga" de abordar el cambio climático no recae en la industria energética, sino en los gobiernos y los consumidores. Ese argumento podría haber tenido sentido si los ejecutivos petroleros, incluidos los de Exxon y Shell, no hubieran mentido más tarde sobre el cambio climático y hubieran impedido activamente que los gobiernos adoptaran políticas de energía limpia.
Aunque los detalles del calentamiento global eran extraños para la mayoría de la gente en la década de 1980, entre los pocos que estaban más informados que la mayoría eran las compañías que más contribuían a ello. El resultado final fue el siguiente: las empresas petroleras reconocieron que sus productos añadían CO2 a la atmósfera, entendieron que esto conduciría al calentamiento y calcularon las consecuencias probables. Y luego decidieron aceptar esos riesgos en nuestro nombre, a nuestra costa y sin nuestro conocimiento.
Los productores de combustibles fósiles nos condujeron deliberadamente hacia el sombrío futuro que temían al promover sus productos, mintiendo sobre los efectos y defendiendo agresivamente su participación en el mercado energético.
A medida que el mundo se calienta, los componentes básicos de nuestro planeta - sus capas de hielo, bosques y corrientes atmosféricas y oceánicas - están siendo alterados irreparablemente. ¿Quién tiene el derecho de prever tal daño y luego elegir cumplir la profecía? Aunque los planificadores de guerra y las compañías de combustibles fósiles tuvieron la arrogancia de decidir qué nivel de devastación era apropiado para la humanidad, sólo Big Oil tuvo la temeridad de seguir adelante.
Benjamin Franta, ex investigador del Belfer Center for Science and International Affairs de la Harvard Kennedy School of Government, es candidato a doctorado en la Universidad de Stanford, donde su investigación se centra en la historia de la ciencia y la política climáticas.