Hay mucha evidencia estadística y de laboratorio a favor de lo que parece una herejía: una vez que un país ha llenado sus despensas, no tiene sentido que esa nación se vuelva más rica.
Fuente: Financial Times, por Andrew Oswald - 2006-
Los políticos creen erróneamente que el crecimiento económico hace más feliz a una nación. Piensan así porque se les enseñó eso. Pero hoy en día hay mucha evidencia estadística y de laboratorio a favor de lo que parece una herejía: una vez que un país ha llenado sus despensas, no tiene sentido que esa nación se vuelva más rica.
Los hippies, los Verdes, el movimiento de comida lenta - todos están teniendo su venganza silenciosa. Rutinariamente ridiculizadas, las ideas de estos filósofos con los pies en la tierra están siendo confirmadas por nuevos trabajos estadísticos de psicólogos y economistas.
En primer lugar, las encuestas muestran que los países industrializados no se han vuelto más felices con el paso del tiempo. Muestras aleatorias de ciudadanos del Reino Unido reportan hoy el mismo grado de bienestar psicológico y satisfacción con sus vidas que sus padres y abuelos (más pobres). En los Estados Unidos, la felicidad ha disminuido con el tiempo. Las mujeres blancas americanas son marcadamente menos felices que sus madres. En segundo lugar, utilizando medidas más formales de salud mental, las tasas de depresión en países como el Reino Unido han aumentado. En tercer lugar, los niveles medidos de estrés en el trabajo han aumentado. Cuarto, las estadísticas de suicidio pintan un cuadro que a menudo es consistente con tales patrones. En los Estados Unidos, aunque los niveles de ingresos reales se han multiplicado por seis, la tasa de suicidio per cápita es la misma que en el año 1900. En el Reino Unido, lo que es más alentador, la tasa de suicidio ha disminuido en el último siglo, aunque entre los hombres jóvenes es mucho mayor que hace décadas. Quinto, el calentamiento global significa que el crecimiento tiene consecuencias a largo plazo que pocos podrían haber imaginado en sus tutoriales de pregrado.
Ninguno de estos puntos es inmune al argumento contrario. Pero la mayoría de los comentaristas que argumentan en contra de tal evidencia parecen hacerlo por hábito intelectual o por una fe inquebrantable en el pensamiento convencional.
Algunos de los académicos más innovadores del mundo han aportado pruebas sólidas de por qué el crecimiento no funciona. Una razón es que los humanos son criaturas de comparación. Las investigaciones recientes demostraron que los niveles de felicidad dependen inversamente de los niveles de ingresos de los vecinos de una persona. La prosperidad en la casa de al lado te hace insatisfecho. Lo que importa son los ingresos relativos: cuando todos en una sociedad se hacen más ricos, el bienestar promedio se mantiene igual.
Otra razón es la habituación. Las experiencias desaparecen. Un esfuerzo intelectual conjunto de psicólogos y economistas ha llegado hasta el fondo de la forma en que los seres humanos se adaptan a los acontecimientos buenos y malos. Algunos investigadores creen que después de un aumento de sueldo la gente se acostumbra a mayores ingresos y eventualmente regresa a su estado original feliz o infeliz. Esta flexibilidad hedónica también funciona a la baja. Las personas que quedan discapacitadas recuperan el 80% de su felicidad tres años después de un accidente. Sin embargo, los libros de texto de economía siguen ignorando la adaptación.
Una última razón es que los seres humanos son malos para predecir lo que les hará felices. En el laboratorio, la gente elige sistemáticamente las cosas equivocadas para sí misma.
Sin embargo, se podría argumentar, ¿qué pasa con el fútbol televisado, los relojes de pulsera de titanio, los viajes en coche para todos, no son evidencias de las bondades del crecimiento? Sí, lo son, pero los necesitamos porque el Sr. y la Sra. Jones los tienen, no porque marquen una diferencia intrínseca.
La fe de los economistas en el valor del crecimiento está disminuyendo. Esto es bueno y poco a poco se irá abriendo camino en las mentes de los políticos de mañana. Dirigido por el distinguido psicólogo Edward Diener de la Universidad de Illinois, un manifiesto intelectual práctico firmado por muchos de los investigadores del mundo, titulado Guidelines for National Indicators of Subjective Well-Being and Ill-Being, acaba de empezar a circular en Internet. En ese documento se pide la adopción de medidas nacionales que tengan en cuenta aspectos distintos del bienestar, y malestar, incluidos los estados de ánimo y las emociones, la salud mental y física percibida, la satisfacción con determinadas actividades y dominios, y la experiencia subjetiva de la asignación de tiempo y la presión.
La felicidad, y no el crecimiento económico, debería ser el próximo y más sensato objetivo para la próxima y más sensata generación.
El escritor es profesor de economía en la Universidad de Warwick.
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