El cambio a la energía eólica está dejando un rastro de destrucción en Ecuador, con un impacto brutal en las comunidades indígenas y los frágiles ecosistemas.
Fuente: Open Democracy - Por Francesc Badia I Dalmases - 1 diciembre 2021
¿Qué tiene que ver la destrucción de árboles de balsa en la selva amazónica ecuatoriana con la industria eólica en Europa?
A medida que la apuesta internacional por las energías renovables ha ido creciendo en los últimos años, el aumento de los parques eólicos ha disparado la demanda de madera a balsa, dejando un rastro de deforestación a su paso.
La madera a balsa se utiliza en Europa, y también de forma más intensiva en China, como componente en la construcción de las palas de los aerogeneradores. Los aerogeneradores ya instalados, con palas que alcanzan los 80 metros, pueden cubrir una superficie aproximada de 21.000 metros cuadrados, lo que equivale a unos tres campos de fútbol. Los diseños de aerogeneradores más recientes pueden incorporar palas de hasta 100 metros de longitud que consumen unos 150 metros cúbicos de madera de balsa cada una -lo que equivale a varias toneladas-, según cálculos atribuidos al Laboratorio Nacional de Energías Renovables.
En 2018, la demanda internacional de madera de balsa aumentó significativamente. Esta madera tropical es flexible y a la vez dura, a la vez que ligera y resistente. Ecuador, que es el principal exportador de balsa, con cerca del 75% del mercado mundial, alberga varios grandes exportadores, como Plantabal S.A. en Guayaquil, que dedica hasta 10.000 hectáreas al cultivo de la madera para la exportación.
La fiebre de la balsa
El aumento de la demanda provocó la deforestación de balsa virgen en la cuenca del Amazonas, en lo que llegó a conocerse como la "fiebre de la balsa". Los balseros empezaron a deforestar ilegalmente balsa virgen de las islas y riberas de los ríos amazónicos en un esfuerzo por superar la escasez de madera cultivada. Esto ha tenido un terrible impacto en los pueblos indígenas de la Amazonía ecuatoriana, de una manera tan brutal como la causada por la minería y la extracción de petróleo en las últimas décadas, y el auge del caucho a principios del siglo XX.
En 2019, la ampliación de una carretera en la provincia de Pastaza, fronteriza con Perú, a través de territorio indígena shuar y achuar para unir la comunidad de Copataza con la ciudad occidental de Puyo, causó controversia entre el pueblo achuar.
En su mayoría, los lugareños percibían la carretera, que se construyó sin esperar al pleno consenso indígena, más como una amenaza de extractivismo y deforestación que como una contribución al posible desarrollo de su comunidad. Pero avanzó como una jeringuilla por la selva, llegando a su destino en noviembre de ese año.
Mientras tanto, al otro lado del mundo, la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentaba en Bruselas el ambicioso Pacto Verde Europeo. El pacto, entre otras cosas, pretendía revertir el cambio climático promoviendo la sustitución progresiva de los combustibles fósiles, que contribuyen al calentamiento global mediante la producción de gases de efecto invernadero, por fuentes de energía más limpias.
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Como resultado del pacto de 2019, las perspectivas financieras para las energías renovables, incluida la eólica, impulsaron el número de proyectos de construcción de parques eólicos en Europa, y se sumaron a la fiebre eólica de China. En diciembre de 2020, el Presidente Xi Jinping declaró que China aumentaría su capacidad instalada de energía eólica y solar a más de 1.200 gigavatios (GW) para 2030, lo que supondría multiplicar por cinco los 243GW actuales.
El desencadenamiento de la "fiebre de la balsa" ha tenido consecuencias devastadoras para las comunidades indígenas amazónicas de Ecuador. La noticia pronto pasó de los medios de comunicación locales a la prensa internacional. Y en enero de este año, The Economist publicó un artículo señalando los problemas que la extracción irregular de balsa para palas de aerogeneradores había causado en Ecuador, destacando el impacto negativo sobre el pueblo indígena Waorani, asentado en el Parque Nacional Yasuní.
Figura: Una infografía titulada ′′ Climate Smart Mining ′′ (′′ Extracción minera inteligente para el clima ′′) publicada por el Banco Mundial nos da las cantidades de materiales necesarios para la construcción de una sola eólica de 3 megavatios y 150 metros de altura :
- 1 toneladas de concreto; - 335 toneladas de acero; - 4,7 toneladas de cobre; - 3 toneladas de aluminio; - 2 toneladas de tierras raras; - Otros materiales: zinc y molibdeno- Más información aquí
En septiembre, cuando OpenDemocracy visitó el territorio indígena Achuar, recorriendo el río Pastaza, una de las zonas más afectadas por la fiebre de la balsa, comprobamos que la balsa del territorio ya había sido totalmente deforestada y que los balseros, en su empeño por obtener más madera, se habían trasladado a la Amazonía peruana.
El aumento de los precios debido a la escasez de suministro creó un incentivo para acelerar la búsqueda de materiales menos perjudiciales para el medio ambiente.
Las consecuencias de esta fiebre han sido especialmente destructivas para las comunidades locales. En junio, los dirigentes indígenas de la Nacionalidad Achuar de Ecuador (NAE), reaccionaron declarando que no permitirían la deforestación de madera de balsa en su territorio. "No hagan ninguna inversión, aunque talen balsa no podrán extraerla, no se venderá", publicaron en Facebook.
Pero fue una declaración inútil, que llegó demasiado tarde.
En la comunidad de Sharamentsa, por ejemplo, que ha abrazado la innovación energética acogiendo un proyecto de canoas que funcionan con energía solar, y que se había resistido activamente a abrir sus islas a los madereros, uno de sus dirigentes cedió finalmente a la presión, accediendo a la venta de la balsa de la comunidad. Es una decisión que ha causado dolor, rechazo y división entre las familias y ha tenido consecuencias para el ecosistema de las islas y para el propio río.
Los balseros traen alcohol, drogas y prostitución, y contaminan los lugares de extracción con plásticos, latas, maquinaria, gasolina y vertidos de aceite. Abandonan las cadenas usadas de sus motosierras. Se comen las tortugas y ahuyentan a los loros, tucanes y otras aves que se alimentan de las flores de los árboles de balsa. La ruptura de los ecosistemas por la deforestación ilegal tiene profundas repercusiones en el equilibrio de la flora y la fauna locales, que nunca se recuperarán.
Dados los devastadores efectos sociales y ecológicos del uso de madera de balsa para la energía eólica, es urgente que la industria mundial de turbinas aplique medidas estrictas para rastrear el origen de la madera de balsa que utiliza, poner fin a la dependencia a gran escala de este precioso recurso natural y evitar que la presión del mercado conduzca a una deforestación ilegal y no planificada.
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En su lugar, hay que apostar por alternativas menos perjudiciales para la sociedad y el medio ambiente. La subida de precios que siguió a la escasez de suministro ha creado un poderoso incentivo para acelerar este proceso. Según The Economist, el precio de la balsa se duplicó desde mediados de 2019 hasta mediados de 2020. En 2019, Ecuador exportó madera de balsa por valor de 219 millones de dólares, un 30% más que el récord anterior de 2015. En los primeros 11 meses de 2020, exportó 784 millones de dólares.
De hecho, se han incorporado materiales alternativos en la fase inicial de producción de las palas desde al menos 2014, y han pasado a plena producción después de que se produjeran importantes problemas de suministro en 2020, incluyendo materiales como el tereftalato de polietileno (PET), una espuma de baja densidad generada a partir de botellas de plástico. La consultora Wood Mackenzie ha pronosticado que la proporción de uso de PET "aumentará del 20% en 2018 a más del 55% en 2023, mientras que la demanda de balsa se mantendrá estable".
Algunos de los mayores productores de aerogeneradores ya están abandonando el uso de la madera de balsa. Vestas, uno de los líderes mundiales del sector, declaró a OpenDemocracy que había "reducido significativamente" el uso de balsa y que, en su lugar, utilizaba materiales alternativos. Afirmó que sólo dos de sus variantes de turbinas siguen teniendo palas que utilizan balsa. En los dos modelos que aún utilizan balsa, la madera "sólo representa 150 kilos por pala".
Un problema añadido de las palas es su reciclabilidad. Según Ramón González-Drigo, catedrático de Resistencia de Materiales e Ingeniería Estructural de la Universidad Politécnica de Cataluña (España), la primera generación de aerogeneradores empieza a llegar al final de su vida útil, lo que significa que en 2023 se habrán desmontado unas 14.000 palas en Europa. "Actualmente, entre el 85 y el 90% de la masa total de los aerogeneradores puede reciclarse", explica González-Drigo a democraciaAbierta. "Pero las palas representan un reto debido a los materiales compuestos que las componen y cuyo reciclaje requiere procesos muy específicos".
Por todo ello, el cambio de tecnología es urgente, aunque el daño a las comunidades y al ecosistema ya está hecho.
Presión sobre las poblaciones rurales
El impacto socioambiental de los parques eólicos no acaba con la cuestión de la deforestación masiva de la balsa amazónica. Muchas de las regiones de Europa que albergan estos parques eólicos están sufriendo graves trastornos socioeconómicos y medioambientales por culpa de aerogeneradores cada vez más grandes.
Los parques eólicos requieren condiciones de viento constantes en territorios relativamente despoblados, donde la oposición de las poblaciones locales es débil. Es el caso de la comarca del Matarraña, en la provincia española de Teruel, donde varios proyectos de parques eólicos están ya en la fase final de apelación y es muy probable que se instalen pronto.
Muchos de los habitantes de la zona se sienten impotentes para impedir la llegada de estas inversiones millonarias que causan impactos nefastos en la fauna, la flora, el paisaje y la cohesión social. "Aquí tenemos un debate entre la necesidad de energías renovables, donde los parques eólicos tienen un papel claro, y la necesidad de preservar el territorio, el paisaje. Esto no casa bien", afirma Eduard Susanna, empresario de turismo rural y productor de aceite de oliva afincado en Calaceite, en el Matarraña.
La energía eólica aportó el 21,9% de la electricidad consumida en España el año pasado. La presión para aumentar su cuota en el mix energético se alimenta de la apuesta por la descarbonización y la presión al alza de los precios de la electricidad, que se han disparado a niveles nunca vistos en Europa.
Esta presión la sienten las comunidades españolas cercanas a los parques eólicos, que perciben a las empresas eólicas "como una agresión muy fuerte", según Esperanza Miravete, profesora de Geografía e Historia de Valjunquera, un pueblo de 338 habitantes de la misma comarca del Matarraña. "Las mismas agresiones se están produciendo en [las comarcas rurales menos pobladas de] la 'España vacía'", afirma Miravete. "No hay ninguna figura de protección paisajística, no hay ningún parque natural ni nada que pueda frenar una implantación industrial aquí".
La energía eólica se ha convertido ya en un aspecto clave de la estrategia mundial y está llamada a seguir expandiéndose en los próximos años. Pero este auge tiene sus inconvenientes. La presión de la deforestación sobre la balsa ha sido brutal para los indígenas amazónicos de Ecuador, mientras que la presión sobre regiones de Europa para albergar nuevos parques eólicos trae consigo conflictos.
Esto ha creado una paradoja verde. Necesitamos descarbonizar la economía mundial lo antes posible, y la energía eólica es una parte central de esa ecuación. Sin embargo, esta forma de energía renovable no será ética ni sostenible hasta que se garantice que todos los componentes implicados no causan más daños al planeta y a sus habitantes.
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