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¿Por qué la vida en la Tierra vale menos que el beneficio de las empresas de combustibles fósiles?




Fuente: The Guardian - Por George Monbiot - agosto 2021

La acción efectiva contra el colapso climático es casi imposible mientras los gobiernos sean vulnerables a las demandas legales


La tragedia humana es que no hay conexión entre lo que sabemos y lo que hacemos. Casi todo el mundo es ya vagamente consciente de que nos enfrentamos a la mayor catástrofe a la que se ha enfrentado nuestra especie. Sin embargo, apenas nadie modifica su comportamiento en respuesta: sobre todo, su forma de conducir, de volar y de consumir carne y lácteos.


"Todos somos escépticos climáticos" - aquí

Durante la más grave de todas las crisis, el Reino Unido eligió l menos serio de todos los gobiernos. Tanto el gobierno de Westminster como las autoridades locales siguen construyendo carreteras y ampliando aeropuertos. Un análisis de la organización WWF sugiere que, mientras el último presupuesto del Reino Unido destinó 145 millones de libras a medidas medioambientales, dedicó 40.000 millones de libras a políticas que aumentarán las emisiones.


Sorprendentemente, sigue siendo política del gobierno "maximizar la recuperación económica" del petróleo y el gas de la plataforma continental del Reino Unido. Según el Libro Blanco de la Energía del Gobierno, promover su extracción garantiza que "el Reino Unido siga siendo un destino atractivo para el capital mundial", lo que constituye "la mejor manera de asegurar una transición ordenada y exitosa para abandonar los combustibles fósiles tradicionales". Es difícil imaginar un argumento más perverso. Pero cuando se persiguen objetivos incompatibles, la primera víctima es la lógica.


Así que, mientras nuestra casa arde, el gobierno envía los camiones cisterna para rociar gasolina sobre las llamas. Sin duda, sin dejarse intimidar por las donaciones que el partido conservador ha recibido de las compañías petroleras y de gas, Boris Johnson parece estar a punto de aprobar el desarrollo de un nuevo yacimiento petrolífero -el de Cambo- en el Mar del Norte. Sin embargo, como los científicos del clima han explicado desde hace tiempo, no hay ninguna perspectiva realista de evitar más de 1,5ºC de calentamiento global a menos que se detenga todo el desarrollo de nuevos combustibles fósiles. De hecho, hay que retirar los proyectos existentes. Tampoco podemos alcanzar el objetivo oficial del gobierno de cero emisiones netas para 2050. Este objetivo, por cierto, en otra muestra del abismo existente entre el saber y el hacer, no guarda relación con los objetivos de temperatura del acuerdo de París. Es urgente sustituirlo por una medida más estricta, pero nadie en el poder está dispuesto a discutirlo.

La probabilidad de mantenerse por debajo de 2 °C de calentamiento es del 5% - aquí

Lo mismo ocurre con casi todos los gobiernos. Tan pronto como las promesas ecológicas de Joe Biden chocaron con el status quo se derrumbaron. Desde que se comprometió a prohibir las nuevas perforaciones y el fracking en tierras federales, su administración ha concedido más de 2.000 nuevos permisos. Su asesor de seguridad nacional ha exigido que Opec+, el cártel del petróleo, aumente la producción, para reducir el coste de conducir los monstruosos coches que muchos estadounidenses siguen comprando. Se nos dijo que la modesta palabrería de Biden escondía un deseo de acción radical. Pero las palabras marcan los límites de la acción, y los que prometen poco cumplen menos.


A menos que dejemos los combustibles fósiles en el suelo, cualquier compromiso para detener el deterioro del clima es meramente gestual. La atmósfera no responde a los gestos. No se deja impresionar por las promesas ni por las palabras. No tiene partidos que puedan enfrentarse entre sí, ni votantes a los que se pueda engatusar y distraer.


Esta es una de las razones por las que los gobiernos odian y rechazan lo que les dice la ciencia del clima. Si la tomaran en serio, adaptarían la política a los consejos científicos. Pero estas limitaciones en la elección política son percibidas como intolerables, no sólo por los políticos, sino por la filosofía en la que se basan nuestras democracias.


¿O no? En nombre de los intereses comerciales, los gobiernos están muy contentos de que se les limite. Una empresa petrolera británica está demandando al gobierno italiano por la pérdida de sus "futuros beneficios previstos" después de que Italia prohibiera nuevas perforaciones petrolíferas en aguas costeras. Italia era signataria del Tratado de la Carta de la Energía, que permite a las empresas exigir una compensación si se detienen futuros proyectos. La cláusula de caducidad del tratado permite este tipo de demandas después de que las naciones dejen de ser parte del mismo, por lo que Italia puede ser demandada aunque haya abandonado el acuerdo en 2016. Este es uno de los muchos ejemplos de "solución de controversias inversor-Estado", que hace casi imposible una acción eficaz contra el colapso climático. Representa un escandaloso recorte de la capacidad de elección política, con el que gobiernos como el nuestro se sienten totalmente cómodos. No estoy seguro de cómo podemos escapar de estos acuerdos, pero los abogados de los gobiernos deberían estar pendientes de este asunto, buscando una salida. De lo contrario, los futuros beneficios empresariales seguirán siendo oficialmente más importantes que la vida en la Tierra.


La emergencia global requiere una nueva política, pero no está a la vista. Los gobiernos siguen temiendo a los grupos de presión más que al colapso de nuestros sistemas vivos. A cambio de ganancias políticas minúsculas y temporales, nos comprometen a consecuencias enormes e irreversibles. Diputados que no tienen un historial perceptible de preocupación por los pobres, y que han votado durante mucho tiempo en contra de ellos, afirman de repente que hay que obstaculizar la acción climática para protegerlos.


El Tesoro se niega a comprometerse con el gasto necesario para apoyar incluso el débil programa del gobierno. Johnson, encargado de transformar la respuesta global al colapso del clima en la cumbre de noviembre en Glasgow, parlotea y titubea, pareciendo constitucionalmente incapaz de tomar decisiones difíciles.


Ningún gobierno, ni siquiera el más progresista, está aún preparado para contemplar la transformación que necesitamos: un programa global que sitúe la supervivencia de la humanidad y del resto de la vida en la Tierra por encima de cualquier otra cuestión. No sólo necesitamos una nueva política, sino una nueva ética. Necesitamos cerrar la brecha entre el saber y el hacer. Pero esta conversación apenas ha comenzado.

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