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Subestimación de los retos para evitar un futuro espantoso




Autores: Corey J. A. Bradshaw1,2*, Paul R. Ehrlich3*, Andrew Beattie4, Gerardo Ceballos5, Eileen Crist6, Joan Diamond7, Rodolfo Dirzo3, Anne H. Ehrlich3, John Harte8,9, Mary Ellen Harte9, Graham Pyke4, Peter H. Raven10, William J. Ripple11, Frédérik Saltré1,2, Christine Turnbull4, Mathis Wackernagel12 y Daniel T. Blumstein13,14*


  • 1Global Ecology, College of Science and Engineering, Flinders University, Adelaide, SA, Australia

  • 2Australian Research Council Centre of Excellence for Australian Biodiversity and Heritage, EpicAustralia.org, Adelaide, SA, Australia

  • 3Department of Biology, Stanford University, Stanford, CA, United States

  • 4Department of Biological Sciences, Macquarie University, Sydney, NSW, Australia

  • 5Instituto de Ecología, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, Mexico

  • 6Department of Science, Technology, and Society, Virginia Tech, Blacksburg, VA, United States

  • 7Millennium Alliance for Humanity and the Biosphere, Department of Biology, Stanford University, Stanford, CA, United States

  • 8Energy and Resources Group, University of California, Berkeley, Berkeley, CA, United States

  • 9The Rocky Mountain Biological Laboratory, Crested Butte, CO, United States

  • 10Missouri Botanical Garden, St Louis, MO, United States

  • 11Department of Forest Ecosystems and Society, Oregon State University, Corvallis, OR, United States

  • 12Global Footprint Network, Oakland, CA, United States

  • 13Department of Ecology and Evolutionary Biology, University of California, Los Angeles, Los Angeles, CA, United States

  • 14La Kretz Hall, Institute of the Environment and Sustainability, University of California, Los Angeles, Los Angeles, CA, United States

Informamos de tres importantes y desafiantes problemas medioambientales que han recibido poca atención y que requieren una acción urgente.

  • En primer lugar, repasamos las pruebas de que las condiciones ambientales futuras serán mucho más peligrosas de lo que se cree actualmente. La escala de las amenazas a la biosfera y a todas sus formas de vida -incluida la humanidad- es de hecho tan grande que resulta difícil de comprender incluso para los expertos bien informados.

  • En segundo lugar, nos preguntamos qué sistema político o económico, o qué liderazgo, está preparado para hacer frente a las catástrofes previstas, o incluso es capaz de hacerlo.

  • En tercer lugar, esta grave situación impone a los científicos la extraordinaria responsabilidad de hablar con franqueza y precisión cuando se relacionan con el gobierno, las empresas y el público.

Llamamos especialmente la atención sobre la falta de apreciación de los enormes desafíos para crear un futuro sostenible. Las tensiones añadidas a la salud, la riqueza y el bienestar humanos disminuirán perversamente nuestra capacidad política para mitigar la erosión de los servicios de los ecosistemas de los que depende la sociedad. La ciencia que subyace a estos problemas es sólida, pero la concienciación es escasa. Si no se aprecia y difunde plenamente la magnitud de los problemas y la enormidad de las soluciones necesarias, la sociedad no logrará alcanzar ni siquiera unos objetivos modestos de sostenibilidad.


Introducción

La humanidad está provocando una rápida pérdida de biodiversidad y, con ella, de la capacidad de la Tierra para albergar vida compleja. Pero la corriente dominante tiene dificultades para comprender la magnitud de esta pérdida, a pesar de la constante erosión del tejido de la civilización humana (Ceballos et al., 2015; IPBES, 2019; Convenio sobre la Diversidad Biológica, 2020; WWF, 2020). Aunque abundan las soluciones sugeridas (Díaz et al., 2019), la escala actual de su aplicación no se corresponde con la implacable progresión de la pérdida de biodiversidad (Cumming et al., 2006) y otras amenazas existenciales vinculadas a la continua expansión de la empresa humana (Rees, 2020). Los retrasos en el tiempo entre el deterioro ecológico y las consecuencias socioeconómicas, como en el caso de las alteraciones climáticas, por ejemplo (IPCC, 2014), impiden reconocer la magnitud del desafío y actuar a tiempo. Además, la especialización disciplinaria y la insularidad fomentan el desconocimiento de los complejos sistemas adaptativos (Levin, 1999) en los que se insertan los problemas y sus posibles soluciones (Selby, 2006; Brand y Karvonen, 2007). El desconocimiento generalizado del comportamiento humano (Van Bavel et al., 2020) y la naturaleza incremental de los procesos sociopolíticos que planifican e implementan soluciones retrasan aún más la acción efectiva (Shanley y López, 2009; King, 2016).


Resumimos aquí el estado del mundo natural de forma descarnada para ayudar a aclarar la gravedad del predicamento humano. También esbozamos las tendencias futuras probables en el declive de la biodiversidad (Díaz et al., 2019), la alteración del clima (Ripple et al., 2020) y el consumo humano y el crecimiento de la población para demostrar la casi certeza de que estos problemas empeorarán en las próximas décadas, con impactos negativos durante siglos. Por último, analizamos la ineficacia de las acciones actuales y previstas que intentan hacer frente a la ominosa erosión del sistema de soporte vital de la Tierra. El nuestro no es un llamamiento a la rendición, sino que pretendemos ofrecer a los dirigentes una "ducha fría" realista del estado del planeta, esencial para planificar y evitar un futuro espantoso.


Pérdida de biodiversidad

Los principales cambios en la biosfera están directamente relacionados con el crecimiento de los sistemas humanos (resumidos en la Figura 1). Aunque la rápida pérdida de especies y poblaciones difiere regionalmente en intensidad (Ceballos et al., 2015, 2017, 2020; Díaz et al., 2019), y la mayoría de las especies no han sido evaluadas adecuadamente en cuanto al riesgo de extinción (Webb y Mindel, 2015), ciertas tendencias globales son evidentes. Desde el inicio de la agricultura hace unos 11.000 años, la biomasa de la vegetación terrestre se ha reducido a la mitad (Erb et al., 2018), con la correspondiente pérdida de >20% de su biodiversidad original (Díaz et al., 2019), lo que denota que >70% de la superficie terrestre de la Tierra ha sido alterada por el Homo sapiens (IPBES, 2019). Se han documentado >700 extinciones de especies de vertebrados (Díaz et al., 2019) y ~600 de plantas (Humphreys et al., 2019) en los últimos 500 años, y es evidente que muchas más especies se han extinguido sin estar registradas (Tedesco et al., 2014). El tamaño de las poblaciones de las especies de vertebrados que han sido objeto de seguimiento a lo largo de los años ha disminuido una media del 68% en las últimas cinco décadas (WWF, 2020), y algunos grupos de población se encuentran en un declive extremo (Leung et al., 2020), lo que presagia la inminente extinción de sus especies (Ceballos et al., 2020). En general, quizá un millón de especies estén amenazadas de extinción en un futuro próximo, de un total estimado de entre 7 y 10 millones de especies eucariotas en el planeta (Mora et al., 2011), el 40% de las plantas se consideran en peligro (Antonelli et al., 2020). En la actualidad, la biomasa mundial de mamíferos salvajes es <25% de la estimada para el Pleistoceno tardío (Bar-On et al., 2018), mientras que los insectos también están desapareciendo rápidamente en muchas regiones (Wagner, 2020; revisiones en van Klink et al., 2020).


FIGURA 1


Resumen de las principales categorías de cambios medioambientales expresados como porcentaje de cambio en relación con la línea de base indicada en el texto. El color rojo indica el porcentaje de la categoría que se ha dañado, perdido o afectado de otro modo, mientras que el azul indica el porcentaje que está intacto, que permanece o que no se ha visto afectado. Los números superíndices indican las siguientes referencias: 1IPBES, 2019; 2Halpern et al., 2015; 3Krumhansl et al., 2016; 4Waycott et al., 2009; 5Díaz et al., 2019; 6Christensen et al., 2014; 7Frieler et al., 2013; 8Erb et al., 2018; 9Davidson, 2014; 10Grill et al., 2019; 11WWF, 2020; 12Bar-On et al., 2018; 13Antonelli et al., 2020; 14Mora et al., 2011.



Los entornos marinos y de agua dulce también se han visto gravemente dañados. En la actualidad, la superficie de los humedales de todo el mundo es inferior al 15% de la que existía hace 300 años (Davidson, 2014), y más del 75% de los ríos de más de 1.000 km de longitud ya no fluyen libremente a lo largo de todo su curso (Grill et al., 2019). Más de dos tercios de los océanos se han visto comprometidos en cierta medida por las actividades humanas (Halpern et al., 2015), la cobertura de coral vivo en los arrecifes se ha reducido a la mitad en <200 años (Frieler et al., 2013), la extensión de las praderas marinas ha disminuido un 10% por década durante el último siglo (Waycott et al, 2009; Díaz et al., 2019), los bosques de algas han disminuido en un ~40% (Krumhansl et al., 2016), y la biomasa de grandes peces depredadores es ahora <33% de lo que era el siglo pasado (Christensen et al., 2014).


Con una pérdida tan rápida y catastrófica de la biodiversidad, los servicios ecosistémicos que proporciona también han disminuido. Entre ellos se encuentran la reducción del secuestro de carbono (Heath et al., 2005; Lal, 2008), la disminución de la polinización (Potts et al., 2016), la degradación del suelo (Lal, 2015), el empeoramiento de la calidad del agua y del aire (Smith et al., 2013), inundaciones más frecuentes e intensas (Bradshaw et al., 2007; Hinkel et al., 2014) e incendios (Boer et al., 2020; Bowman et al., 2020), y una salud humana comprometida (Díaz et al., 2006; Bradshaw et al., 2019). Como indicadores reveladores de la cantidad de biomasa que la humanidad ha transferido de los ecosistemas naturales a nuestro propio uso, de los 0,17 Gt de biomasa viva de vertebrados terrestres que se calcula que hay actualmente en la Tierra, la mayor parte está representada por el ganado (59%) y los seres humanos (36%) -solo el ~5% de esta biomasa total está formada por mamíferos, aves, reptiles y anfibios silvestres (Bar-On et al., 2018). En 2020, la producción material global del esfuerzo humano supera la suma de toda la biomasa viva de la Tierra (Elhacham et al., 2020).


Sexta extinción masiva

Una extinción masiva se define como una pérdida de ~75% de todas las especies del planeta en un intervalo geológicamente corto -generalmente algo <3 millones de años (Jablonski et al., 1994; Barnosky et al., 2011). Desde el Cámbrico se han producido al menos cinco grandes eventos de extinción (Sodhi et al., 2009), el más reciente de ellos hace 66 millones de años, al final del Cretácico. La tasa de extinción natural desde entonces ha sido de 0,1 extinciones de millones de especies-1 año-1 (Ceballos et al., 2015), mientras que las estimaciones de la tasa de extinción actual son órdenes de magnitud mayores (Lamkin y Miller, 2016). Las extinciones de vertebrados registradas desde el siglo XVI -la mera punta del verdadero iceberg de la extinción- dan una tasa de extinción de 1,3 especies al año-1, que es conservadoramente >15 veces la tasa natural (Ceballos et al., 2015). La UICN estima que alrededor del 20% de todas las especies están en peligro de extinción en las próximas décadas, lo que supera ampliamente la tasa de fondo. Que ya estamos en el camino de una sexta gran extinción es ahora científicamente innegable (Barnosky et al., 2011; Ceballos et al., 2015, 2017).


Sobregiro ecológico: El tamaño de la población y el consumo excesivo

La población humana mundial se ha duplicado aproximadamente desde 1970, llegando a casi 7.800 millones de personas en la actualidad (prb.org). Mientras que algunos países han dejado de crecer e incluso han disminuido su tamaño, la fecundidad media mundial sigue siendo superior a la de reemplazo (2,3 hijos mujer), con una media de 4,8 hijos mujer en el África subsahariana y fecundidades superiores a 4 hijos mujer en muchos otros países (por ejemplo, Afganistán, Yemen, Timor-Leste). Se prevé que los 1.100 millones de personas que viven hoy en el África subsahariana -una región que se espera que experimente repercusiones especialmente duras del cambio climático (Serdeczny et al., 2017)- se dupliquen en los próximos 30 años. Para el año 2050, la población mundial crecerá probablemente hasta alcanzar los 9.900 millones de personas (prb.org), y muchos pronostican que el crecimiento continuará hasta bien entrado el próximo siglo (Bradshaw y Brook, 2014; Gerland et al., 2014), aunque estimaciones más recientes predicen un pico hacia finales de este siglo (Vollset et al., 2020).


El gran tamaño de la población y su continuo crecimiento están implicados en muchos problemas sociales. El impacto del crecimiento de la población, combinado con una distribución imperfecta de los recursos, conduce a una inseguridad alimentaria masiva. Según algunas estimaciones, entre 700 y 800 millones de personas tienen hambre y entre 1.000 y 2.000 millones están desnutridos y son incapaces de funcionar plenamente, con la perspectiva de muchos más problemas alimentarios en un futuro próximo (Ehrlich y Harte, 2015a,b). Las grandes poblaciones y su continuo crecimiento son también motores de la degradación del suelo y la pérdida de biodiversidad (Pimm et al., 2014). Más gente significa que se fabrican más compuestos sintéticos y plásticos peligrosos de usar y tirar (Vethaak y Leslie, 2016), muchos de los cuales se suman a la creciente toxificación de la Tierra (Cribb, 2014). También aumenta las posibilidades de pandemias (Daily y Ehrlich, 1996b) que alimentan una caza cada vez más desesperada de los escasos recursos (Klare, 2012). El crecimiento de la población también es un factor de muchos males sociales, desde el hacinamiento y el desempleo hasta el deterioro de las infraestructuras y la mala gobernanza (Harte, 2007). Cada vez hay más pruebas de que cuando las poblaciones son grandes y crecen con rapidez, pueden ser la chispa de conflictos tanto internos como internacionales que conducen a la guerra (Klare, 2001; Toon et al., 2007). Las causas múltiples e interactivas de la guerra civil en particular son variadas, e incluyen la pobreza, la desigualdad, la debilidad de las instituciones, los agravios políticos, las divisiones étnicas y los factores de estrés ambiental como la sequía, la deforestación y la degradación de la tierra (Homer-Dixon, 1991, 1999; Collier y Hoeer, 1998; Hauge y llingsen, 1998; Fearon y Laitin, 2003; Brückner, 2010; Acemoglu et al., 2017). El propio crecimiento de la población puede incluso aumentar la probabilidad de participación militar en conflictos (Tir y Diehl, 1998). Los países con mayores tasas de crecimiento demográfico experimentaron más conflictos sociales desde la Segunda Guerra Mundial (Acemoglu et al., 2017). En ese estudio, una duplicación aproximada de la población de un país provocó unos cuatro años adicionales de guerra civil total o conflicto de baja intensidad en la década de 1980 en relación con la década de 1940-1950, incluso después de controlar el nivel de ingresos, la independencia y la estructura de edad de un país.


Simultáneamente con el crecimiento de la población, el consumo de la humanidad como fracción de la capacidad regenerativa de la Tierra ha crecido de ~ 73% en 1960 a 170% en 2016 (Lin et al., 2018), con un consumo por persona sustancialmente mayor en los países con mayores ingresos. Con la COVID-19, este rebasamiento se redujo al 56% por encima de la capacidad regenerativa de la Tierra, lo que significa que entre enero y agosto de 2020, la humanidad consumió tanto como la Tierra puede renovar en todo el año (overshootday.org). Aunque la desigualdad entre personas y países sigue siendo asombrosa, la clase media mundial ha crecido rápidamente y ha superado la mitad de la población humana en 2018 (Kharas y Hamel, 2018). Más del 70 % de todas las personas viven actualmente en países que presentan un déficit de biocapacidad y, al mismo tiempo, tienen unos ingresos inferiores a la media mundial, lo que les impide compensar su déficit de biocapacidad a través de las compras (Wackernagel et al., 2019) y erosiona la resiliencia futura a través de la reducción de la seguridad alimentaria (Ehrlich y Harte, 2015b). Las tasas de consumo de los países de renta alta siguen siendo sustancialmente más altas que las de los países de renta baja, y muchos de estos últimos incluso experimentan descensos en la huella per cápita (Dasgupta y Ehrlich, 2013; Wackernagel et al., 2019).


Este sobregiro ecológico masivo está posibilitado en gran medida por el creciente uso de combustibles fósiles. Estos cómodos combustibles nos han permitido desvincular la demanda humana de la regeneración biológica: el 85% de la energía comercial, el 65% de las fibras y la mayoría de los plásticos se producen ahora a partir de combustibles fósiles. Además, la producción de alimentos depende de los combustibles fósiles, y cada unidad de energía alimentaria producida requiere un múltiplo de energía de los combustibles fósiles (por ejemplo, 3 × para los países de alto consumo como Canadá, Australia, EE.UU. y China; overshootday.org). Esto, unido al creciente consumo de carne con alto contenido de carbono (Ripple et al., 2014), congruente con el aumento de la clase media, ha disparado la huella de carbono global de la agricultura. Aunque el cambio climático exige que se abandone por completo el uso de los combustibles fósiles mucho antes de 2050, es probable que las presiones sobre la biosfera aumenten antes de la descarbonización a medida que la humanidad ponga en marcha alternativas energéticas. Los retos del consumo y la biodiversidad también se verán amplificados por la enorme inercia física de todos los grandes "stocks" que conforman las tendencias actuales: las infraestructuras construidas, los sistemas energéticos y las poblaciones humanas.


Por lo tanto, también es inevitable que el consumo agregado aumente al menos en un futuro próximo, sobre todo si la riqueza y la población siguen creciendo a la par (Wiedmann et al., 2020). Incluso si se producen grandes catástrofes durante este intervalo, es poco probable que afecten a la trayectoria de la población hasta bien entrado el siglo XXII (Bradshaw y Brook, 2014). Aunque el cambio climático relacionado con la población (Wynes y Nicholas, 2017) empeorará la mortalidad humana (Mora et al., 2017; Parks et al., 2020), la morbilidad (Patz et al., 2005; Díaz et al., 2006; Peng et al., 2011), el desarrollo (Barreca y Schaller, 2020), la cognición (Jacobson et al., 2019), el rendimiento agrícola (Verdin et al, 2005; Schmidhuber y Tubiello, 2007; Brown y Funk, 2008; Gaupp et al., 2020), y los conflictos (Boas, 2015), no hay forma -ética o de otro tipo (salvo que se produzcan aumentos extremos y sin precedentes de la mortalidad humana)- de evitar el aumento del número de seres humanos y el consiguiente exceso de consumo. Dicho esto, la aplicación de políticas de derechos humanos para reducir la fertilidad y frenar los patrones de consumo podría disminuir el impacto de estos fenómenos (Rees, 2020).



Objetivos internacionales fallidos y perspectivas de futuro

Detener la pérdida de biodiversidad no es ni mucho menos una de las principales prioridades de los países, sino que se encuentra muy por detrás de otras preocupaciones como el empleo, la sanidad, el crecimiento económico o la estabilidad monetaria. Por eso no es de extrañar que no se haya cumplido ninguna de las Metas de Biodiversidad de Aichi para 2020 fijadas en la conferencia del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD.int) de 2010 (Secretaría del Convenio sobre la Diversidad Biológica, 2020). Incluso si se hubieran cumplido, no habrían alcanzado ninguna reducción sustancial de la tasa de extinción. En términos más generales, la mayoría de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas relacionados con la naturaleza (por ejemplo, los ODS 6, 13-15) también van camino de fracasar (Wackernagel et al., 2017; Díaz et al., 2019; Messerli et al., 2019), en gran medida porque la mayoría de los ODS no han incorporado adecuadamente sus interdependencias con otros factores socioeconómicos (Bradshaw y Di Minin, 2019; Bradshaw et al., 2019; Messerli et al., 2019). Por lo tanto, la aparente paradoja de un nivel de vida medio alto y creciente a pesar de un creciente costo medioambiental ha tenido un gran coste para la estabilidad del sistema de soporte vital de la humanidad a medio y largo plazo. En otras palabras, la humanidad está llevando a cabo un esquema Ponzi ecológico en el que la sociedad roba a la naturaleza y a las generaciones futuras para pagar el aumento de los ingresos a corto plazo (Ehrlich et al., 2012). Incluso el Foro Económico Mundial, cautivo de la peligrosa propaganda del lavado verde (Bakan, 2020), reconoce ahora que la pérdida de biodiversidad es una de las principales amenazas para la economía mundial (Foro Económico Mundial, 2020).


La aparición de una pandemia prevista desde hace tiempo (Daily y Ehrlich, 1996a), probablemente relacionada con la pérdida de biodiversidad, ejemplifica de forma conmovedora cómo ese desequilibrio está degradando tanto la salud como la riqueza humanas (Austin, 2020; Dobson et al., 2020; Roe et al., 2020). Dado que tres cuartas partes de las nuevas enfermedades infecciosas son consecuencia de las interacciones entre el hombre y los animales, la degradación del medio ambiente a causa del cambio climático, la deforestación, la agricultura intensiva, la caza de animales silvestres y la explosión del comercio de animales silvestres hacen que las oportunidades de que se produzcan interacciones de transferencia de patógenos sean elevadas (Austin, 2020; Daszak et al., 2020). El hecho de que gran parte de esta degradación se produzca en los puntos críticos de biodiversidad, donde la diversidad de patógenos es también mayor (Keesing et al., 2010), pero donde la capacidad institucional es más débil, aumenta aún más el riesgo de liberación y propagación de patógenos (Austin, 2020; Schmeller et al., 2020).


Alteración del clima

Los peligrosos efectos del cambio climático son mucho más evidentes para las personas que los de la pérdida de biodiversidad (Legagneux et al., 2018), pero a la sociedad le sigue resultando difícil afrontarlos con eficacia. La civilización ya ha superado un calentamiento global de ~ 1,0 °C por encima de las condiciones preindustriales, y va camino de provocar un calentamiento de al menos 1,5 °C entre 2030 y 2052 (IPCC, 2018). De hecho, la concentración actual de gases de efecto invernadero es de >500 ppm de CO2-e (Butler y Montzka, 2020), mientras que, según el IPCC, 450 ppm de CO2-e darían a la Tierra apenas un 66% de posibilidades de no superar un calentamiento de 2°C (IPCC, 2014). La concentración de gases de efecto invernadero seguirá aumentando (a través de retroalimentaciones positivas como el derretimiento del permafrost y la liberación de metano almacenado) (Burke et al., 2018), lo que provocará un mayor retraso en las respuestas de reducción de la temperatura, incluso si la humanidad deja de utilizar por completo los combustibles fósiles mucho antes de 2030 (Steffen et al., 2018).


La alteración humana del clima se ha vuelto globalmente detectable en el tiempo de cualquier día (Sippel et al., 2020). De hecho, el clima mundial ha igualado o superado las predicciones anteriores (Brysse et al., 2013), posiblemente debido a la dependencia del IPCC de los promedios de varios modelos (Herger et al., 2018) y al lenguaje de conservadurismo político inherente a las recomendaciones políticas que buscan el consenso multinacional (Herrando-Pérez et al., 2019). Sin embargo, los modelos climáticos más recientes (CMIP6) muestran un mayor calentamiento futuro que el previsto anteriormente (Forster et al., 2020), incluso si la sociedad sigue la senda necesaria de menores emisiones en las próximas décadas. En general, las naciones no han cumplido los objetivos del Acuerdo de París, que lleva cinco años en vigor (Naciones Unidas, 2016), y aunque la conciencia y la preocupación mundiales han aumentado, y los científicos han propuesto un cambio transformador importante (en la producción de energía, la reducción de la contaminación, la custodia de la naturaleza, la producción de alimentos, la economía, las políticas demográficas, etc.), aún no ha surgido una respuesta internacional eficaz (Ripple et al., 2020). Incluso suponiendo que todos los signatarios logren ratificar sus compromisos (una perspectiva dudosa), el calentamiento previsto seguiría alcanzando los 2,6-3,1 °C en 2100 (Rogelj et al., 2016) a menos que se asuman y cumplan compromisos adicionales de gran envergadura. Sin esos compromisos, el aumento previsto de la temperatura de la Tierra será catastrófico para la biodiversidad (Urban, 2015; Steffen et al., 2018; Strona y Bradshaw, 2018) y la humanidad (Smith et al., 2016).


En cuanto a los acuerdos internacionales sobre el cambio climático, el Acuerdo de París (Naciones Unidas, 2016) estableció el objetivo de 1,5-2°C por unanimidad. Pero desde entonces, los avances para proponer, y mucho menos seguir, las "contribuciones nacionales determinadas previstas" (voluntarias) para la acción climática posterior a 2020 han sido totalmente inadecuados.


Impotencia política

Si la mayor parte de la población mundial comprendiera y apreciara realmente la magnitud de las crisis que resumimos aquí, y la inevitabilidad del empeoramiento de las condiciones, cabría esperar lógicamente que los cambios positivos en la política y en las políticas estuvieran a la altura de la gravedad de las amenazas existenciales. Pero está ocurriendo lo contrario. El ascenso de los líderes populistas de derechas se asocia con agendas antiambientales, como se ha visto recientemente, por ejemplo, en Brasil (Nature, 2018), Estados Unidos (Hejny, 2018) y Australia (Burck et al., 2019). Las grandes diferencias de ingresos, riqueza y consumo entre las personas e incluso entre los países dificultan que cualquier política sea global en su ejecución o efecto.


Un concepto central en ecología es la retroalimentación de la densidad (Herrando-Pérez et al., 2012): a medida que una población se acerca a su capacidad de carga ambiental, la aptitud individual media disminuye (Brook y Bradshaw, 2006). Esto tiende a empujar a las poblaciones hacia una expresión instantánea de la capacidad de carga que frena o invierte el crecimiento de la población. Pero durante la mayor parte de la historia, el ingenio humano ha inflado la capacidad de carga del entorno natural para nosotros desarrollando nuevas formas de aumentar la producción de alimentos (Hopfenberg, 2003), ampliar la explotación de la vida salvaje y mejorar la disponibilidad de otros recursos. Esta inflación ha implicado la modificación de la temperatura mediante el control de los refugios, la ropa y el microclima, el transporte de mercancías desde lugares remotos y, en general, la reducción de la probabilidad de muerte o lesiones mediante infraestructuras y servicios comunitarios (Cohen, 1995). Pero con la disponibilidad de los combustibles fósiles, nuestra especie ha llevado su consumo de bienes y servicios de la naturaleza mucho más allá de la capacidad de carga a largo plazo (o, más exactamente, de la biocapacidad del planeta), lo que hace que el reajuste del rebasamiento que es inevitable sea mucho más catastrófico si no se gestiona con cuidado (Nyström et al., 2019). El aumento de la población humana no hará sino agravar esta situación, lo que provocará una mayor competencia por una reserva de recursos cada vez más reducida. Los corolarios son muchos: reducción continuada de la integridad del medio ambiente (Bradshaw et al., 2010; Bradshaw y Di Minin, 2019), reducción de la salud infantil (especialmente en las naciones de bajos ingresos) (Bradshaw et al., 2019), aumento de la demanda de alimentos que exacerba la degradación del medio ambiente a través de la agrointensificación (Crist et al., 2017), efectos más amplios y posiblemente catastróficos de la toxificación global (Cribb, 2014; Swan y Colino, 2021), mayor expresión de patologías sociales (Levy y Herzog, 1974), incluida la violencia exacerbada por el cambio climático y la propia degradación ambiental (Agnew, 2013; White, 2017, 2019), más terrorismo (Coccia, 2018), y un sistema económico aún más propenso a secuestrar la riqueza restante entre menos individuos (Kus, 2016; Piketty, 2020) de forma muy parecida a cómo la expansión de las tierras de cultivo desde principios de la década de 1990 ha concentrado desproporcionadamente la riqueza entre los superricos (Ceddia, 2020). El paradigma predominante sigue siendo el de oponer el "medio ambiente" a la "economía"; sin embargo, en realidad, la elección es entre salir del rebasamiento por diseño o el desastre, porque salir del rebasamiento es inevitable de una forma u otra.


Teniendo en cuenta estos conceptos erróneos y los intereses arraigados, es probable que continúe el auge de las ideologías extremas, lo que a su vez limita la capacidad de tomar decisiones prudentes a largo plazo, acelerando así potencialmente un círculo vicioso de deterioro ecológico global y sus penalizaciones. Incluso el tan anunciado New Green Deal de los Estados Unidos (Cámara de Representantes de los Estados Unidos, 2019) ha exacerbado de hecho la polarización política del país (Gustafson et al., 2019), principalmente debido a la militarización del "ecologismo" como ideología política en lugar de considerarlo como un modo universal de autoconservación y protección planetaria que debería trascender el tribalismo político. De hecho, los grupos de protesta ambiental están siendo etiquetados como "terroristas" en muchos países (Hudson, 2020). Además, la severidad de los compromisos requeridos para que cualquier país logre reducciones significativas en el consumo y las emisiones conducirá inevitablemente a una reacción pública y a un mayor atrincheramiento ideológico, principalmente porque la amenaza de posibles sacrificios a corto plazo se considera políticamente inoportuna. Aunque el cambio climático por sí solo supondrá una enorme carga económica (Burke et al., 2015; Carleton y Hsiang, 2016; Auffhammer, 2018) que posiblemente conduzca a una guerra (nuclear, o de otro tipo) a escala mundial (Klare, 2020), la mayoría de las economías del mundo se basan en la idea política de que una acción significativa para contrarrestarlo ahora es demasiado costosa para ser políticamente aceptable. En combinación con las campañas de desinformación financiadas en un intento de proteger los beneficios a corto plazo (Oreskes y Conway, 2010; Mayer, 2016; Bakan, 2020), es dudoso que se produzca a tiempo cualquier cambio necesario en las inversiones económicas de escala suficiente.


Aunque es incierto y propenso a fluctuar en función de tendencias sociales y políticas imprevisibles (Boas et al., 2019; McLeman, 2019; Nature Climate Change, 2019), el cambio climático y otras presiones medioambientales desencadenarán más migraciones masivas en las próximas décadas (McLeman, 2019), y se calcula que para 2050 habrá entre 25 millones y 1.000 millones de migrantes medioambientales (Brown, 2008). Dado que el derecho internacional aún no reconoce jurídicamente a estos "migrantes medioambientales" como refugiados (Universidad de las Naciones Unidas, 2015) (aunque es probable que esto cambie) (Lyons, 2020), tememos que una marea creciente de refugiados reduzca, y no aumente, la cooperación internacional de forma que se debilite aún más nuestra capacidad para mitigar la crisis.



Cambiar las reglas del juego

Aunque no es nuestra intención ni capacidad en esta breve Perspectiva ahondar en las complejidades y detalles de las posibles soluciones al predicamento humano, no faltan publicaciones basadas en pruebas que proponen formas de cambiar el comportamiento humano en beneficio de toda la vida existente. Las preguntas que quedan son menos sobre qué hacer y más sobre cómo, lo que ha estimulado la génesis de muchas organizaciones dedicadas a estos fines (por ejemplo, ipbes.org, goodanthropocenes.net, overshootday.org, mahb.stanford.edu, populationmatters.org, clubofrome.org, steadystate.org, por nombrar algunas). La gravedad de la situación exige cambios fundamentales en el capitalismo global, la educación y la igualdad, que incluyen, entre otras cosas, la abolición del crecimiento económico perpetuo, la fijación de precios adecuados de las externalidades, el abandono rápido del uso de combustibles fósiles, la regulación estricta de los mercados y la adquisición de propiedades, el control de los grupos de presión corporativos y el empoderamiento de las mujeres. Estas opciones implicarán necesariamente conversaciones difíciles sobre el crecimiento de la población y la necesidad de niveles de vida cada vez más bajos pero más equitativos.



Conclusiones

Hemos resumido las predicciones de un futuro espantoso de extinción masiva, deterioro de la salud y trastornos climáticos (incluidas las inminentes migraciones masivas) y conflictos por los recursos en este siglo. Sin embargo, nuestro objetivo no es presentar una perspectiva fatalista, porque hay muchos ejemplos de intervenciones exitosas para prevenir las extinciones, restaurar los ecosistemas y fomentar una actividad económica más sostenible tanto a escala local como regional. Por el contrario, sostenemos que sólo una apreciación realista de los colosales retos a los que se enfrenta la comunidad internacional podría permitirle trazar un futuro menos devastado. Si bien ha habido llamamientos más recientes para que la comunidad científica, en particular, se haga oír más en sus advertencias a la humanidad (Ripple et al., 2017; Cavicchioli et al., 2019; Gardner y Wordley, 2019), estos han sido insuficientemente premonitorios para estar a la altura de la escala de la crisis. Dada la existencia de un "sesgo de optimismo" humano que desencadena que algunos subestimen la gravedad de una crisis e ignoren las advertencias de los expertos, una buena estrategia de comunicación debe socavar idealmente este sesgo sin inducir sentimientos desproporcionados de miedo y desesperación (Pyke, 2017; Van Bavel et al., 2020). Por lo tanto, corresponde a los expertos de cualquier disciplina que se ocupe del futuro de la biosfera y del bienestar humano huir de la reticencia, evitar endulzar los abrumadores desafíos que se avecinan y "decir las cosas como son". Cualquier otra cosa es engañosa, en el mejor de los casos, o negligente y potencialmente letal para la empresa humana, en el peor.

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